- Karla Hernández Jiménez
Si se hubieran descongelado los casquetes polares en el año dos mil, la humanidad se habría visto obligada desde entonces a abandonar la comodidad de sus hogares para dirigir su mirada hasta el espacio exterior.
En verdad no habrían tenido muchas opciones para perpetuar la existencia de la raza humana si no se adoptaba esa medida, el agua muy pronto destruiría todo a su paso.
Seguramente al inicio mucha gente moriría ahogada en las primeras horas debido al desconcierto de los gobiernos de todas las naciones ante una crisis global de esa magnitud, sin tener las medidas necesarias para confrontar ese fenómeno.
Era muy seguro que jamás hubieran considerado que la situación del calentamiento global podía ser tan alarmante o conducir a esos extremos.
Nunca hubieran podido creer que una cantidad de agua como aquella anegaría todas las costas del mundo, buscando recuperar el especio que los seres humanos le habían arrebatado desde los tiempos de la vertiginosa industrialización,
El agua hubiera arrasado con todo lo que alguna vez la humanidad había considerado como sinónimo de progreso, arrastrando a mucha gente en el proceso, produciendo que se ahogaran durante la fuerte marea, orillando a los sobrevivientes a buscar el refugio más cercano en los techos de los edificios más altos.
Después de aquellos primeros y angustiosos instantes, los científicos de todo el mundo unirían esfuerzos para intentar crear una serie de naves con la suficiente potencia para evacuar a la mayor cantidad posible de refugiados humanos y llevarlos al espacio exterior en busca de un nuevo asentamiento.
Lo más probable es que serían naves con la última tecnología alcanzada en aquella época, capaces de levantarse hacia el cielo y evitar repetir el error cometido durante el vuelo del transbordador espacial Challenger que llevó a la muerte a todos sus tripulantes.
Una vez en el espacio, lo más seguro es que los seres humanos harían todo lo posible por adaptar las nuevas condiciones de su entorno a todo aquello que recordaban de la vida en la Tierra.
Posiblemente, el primer destino de estos humanos sería la Luna debido a su conveniente proximidad con la Tierra.
A lo mejor en ese asteroide, los humanos crearían nuevos asentamientos basándose en la organización social que ya existía mucho antes de los días previos al desastre que los había orillado a estar ahí.
Lo más seguro es que crearían ciudades enteras cubiertas con luces de neón, grandes rascacielos y nombres rimbombantes que solo los más viejos podrían relacionar con aquellos que en su momento habían existido en la Tierra.
Y aunque la Luna llegara a ofrecer un refugio más que aceptable, los seres humanos no estarían conformes con eso. Buscarían por todo el espacio en busca de nuevos planetas que ofrecieran condiciones aceptables para establecer más colonias humanas en ellos.
Así se iniciaría la época dorada de los viajes espaciales y el auge de los transbordadores espaciales que permitirían a la gente viajar con total facilidad a lo largo y ancho del espacio.
Quizás algún día los viajes al espacio exterior se lleguen a hacer tan comunes, que la mayor preocupación de la gente será encontrar el modo de que el viaje interestelar les saliera a mitad de precio para poder recorrer muchos más rincones de la galaxia.
Claro que habría muchos otros factores a considerar, como los modos de evitar quedar congelado en medio del espacio si la nave se averiaba, o formas para no quedar atrapados en un agujero de gusano o eludir a toda costa chocar contra el sol para no terminar quemado.
Seguramente esas podrían ser las nuevas preocupaciones de la humanidad, concentrada en mostrar su civilización a cada nuevo planeta al que llegaban y ufanarse de sus días de gloria frente a otros posibles habitantes de la galaxia.
Porque era muy probable que no estuvieran solos en el espacio exterior, ¿verdad? A lo mejor podían encontrar nuevas civilizaciones que llevaban en los planetas “recién descubiertos” mucho más tiempo del que podían imaginar.
Y así, intentarían establecer lazos de amistad para que los alienígenas les permitieran vivir en su planeta como pacíficos colonos.
Mientras tanto, los antiguos habitantes del espacio se resignarían a ver a los humanos como sus nuevos e indeseables inquilinos en cada planeta al que llegaran, teniendo que hacer frente a los comportamientos y costumbres extrañas que constantemente orillaban a la humanidad hacia su propia destrucción, tolerando que sus planetas acabaran del mismo modo en que había terminado la Tierra.
Aunque quizás esa resignación podría desaparecer muy pronto y dar paso a la furia de ver el espacio invadido por humanos descuidados que no supieron cuidar su propio planeta, con lo cual iniciaría una probable guerra entre humanos y alienígenas.
Después de numerosos años de ataques, que desembocaría en la pérdida de millones de vidas y en su posible y paulatina desaparición, los seres humanos se verían reducidos a ser una raza casi extinta, causando pena entre el resto de los habitantes del espacio.
Quizás todo esto hubiera podido ser posible en algún momento de la historia, pero por suerte para la humanidad, los casquetes polares aún no se han desprendido del todo, aún podría haber tiempo para evitar que el calentamiento global se siga incrementando, ¿verdad?
Nacida en Veracruz, Ver, México. Licenciada en Lingüística y Literatura Hispánica. Lectora por pasión y narradora por convicción, ha publicado un par de relatos en páginas y fanzines nacionales e internacionales, como Página Salmón, Nosotras las wiccas, Los no letrados, Caracola Magazine, Terasa Magazin, Perro negro de la calle, Necroscriptum, El gato descalzo, El cama- león, Poetómanos, Espejo Humeante, Teoría Ómicron, Revista Axioma, Melancolía desenchufada, Especulativas, Lunáticas MX, pero siempre con el deseo de dar a conocer más de su narrativa. Actualmente es directora de la revista Cósmica Fanzine.