La paternidad libertaria.
Esta es la memoria de la paternidad ausente. ¿Tuve padre? Me preguntan. Sí, si tuve, en el sentido de que sé quién es, lo quise (murió, por eso en pasado) y no lo odio. Pero aclaro: el pobre no supo devolver correctamente el amor que sus hijos le dimos. Seguramente por problemas de cómo se llevaba y se entendía la paternidad en su generación, formada por la generación anterior. La paternidad -a menos que sea rebelde- es simplemente conservadora de la estructura anterior.
Estos rituales de la modernidad y postmodernidad capitalista, tales como el día de la madre, del padre, navidad, Halloween, San Patricio, del amor, esa rutina de cambios de escaparate y ofertas para renovar stock ayudan a la gente a ponerse al día socialmente en su estar presentables y modélicos para la foto –selfi o no- de la ocasión. Así, el amor de madre y a la madre debe estar hermosamente fotografiado y expuesto ese día, con los regalos y ofrendas de rigor, por más que ese amor, de haberlo, lo haya todos los días. Porque si no se cuenta, no cuenta.
También es cierto que necesitamos de rituales y que en épocas de mercadeo celebraremos esos rituales en los templos adecuados; los malls, los shoppings, las ciberofertas y los descuentos con tarjeta. En otros tiempos esos rituales se celebraban en los templos religiosos o en los templos republicanos y monárquicos. Ahora, en donde el placer, la culpa y el logro se traducen y producen en el consumo nuestro templo es una tienda, cualquier tienda. Las celebraciones a la familia mononuclear (día de la madre, del padre, del y la niña…) se reparten en el año para acentuar los lazos y el consumo. Navidad, la Pascua católica, cierra ese ciclo anual de celebraciones con referencias al conjunto familiar sobre el cual siempre celebramos, pero nunca lo decimos. La familia que se celebra y promociona a sí misma, como un ideal posible de recrear en nuestra propia vida. Todes podemos ser esa madre, ese padre, ese hije ideal, al menos en la foto familiar del día del padre, de la madre, de navidad.
Celebrar, conmemorar, la paternidad forma parte del círculo ritual de la familia y en ese cumplimiento se tensionan las historias y vivencias familiares entre el horizonte ideal y el tumulto real. La presión por la paternidad presente que requieren estos tiempos donde la hijez es escasa resalta aún más la crítica a la paternidad ausente de los tiempos anteriores pero cercanos. Nuestros padres abandonadores y los actuales padres abandonadores quedan en entredicho porque sus prácticas ya no son las necesarias para la masculinidad hegemónica de hoy.
Nuestros padres nos abandonaron. Lo digo en plural porque hablo por una generación. Una generación pobre o empobrecida. Nos abandonaron y no porque se estuvieran rebelando a un mandato de la paternidad. Nos abandonaron exactamente porque estaban cumpliendo el mandato de una paternidad entendida desde un machismo y un patriarcalismo que exigía ese mismo abandono, esa perspectiva egoísta de la masculinidad procreadora. Salvo el apellido, si lo había ¿qué más podía heredarnos un padre pobre? Pues una doctrina: eso podía heredarnos: la doctrina de la paternidad como ausencia, la misma que ellos recibieron de sus padres. Ausencia total, como de quienes fecundaron y se fueron, o ausencia práctica de aquellos padres que iban de la fábrica, el campo o la oficina al bar. Y en casa estaban solo rara y festiva vez. Pues esa era nuestra herencia y condena a la vez: el aprendizaje de la ausencia paterna lograda a punta de egoísmo y alcohol masculino de fútbol, dominó y naipe. Para familia, para familia concreta, estaban los hermanos y las hermanas, primos y primas que para eso eran muchos. Porque el padre ausente no se notaba en el jolgorio de la hermandad.
¿El logro rebelde de nuestras vidas? Rebelarnos a esa herencia y mandato construyendo paternidades presentes de una masculinidad cariñosa enfocada en la hijez. Eso, en términos demográficos ha significado el sacrificio de las grandes hermandades familiares en pro del hijo o la hija única que requiere la presencia y los desvelos de la madre y el padre. La presencia actual del padre ha significado la desaparición demográfica de los hermanos y las hermanas. Una ausencia como costo de una presencia. La paternidad siempre implica un vacío,
Estas paternidades presentes, activas, de hoy son nuestra rebelión exitosa, revolucionaria, libertaria, a la calamitosa paternidad de fecundar y huir de nuestros padres, esa masculinidad de bar, fútbol y prostitución. Rebelión de paternidad con las complicaciones propias de un cambio cultural de tal envergadura, por más que haya un ajuste estadístico en cuanto al promedio de hijos e hijas por pareja progenitora. La herencia, el mandato, construido por generaciones no es tan fácil de cambiar y hay quienes sucumben, y mucho, y cumplen ordenadamente el mandato y abandonan ya no a una bandada de hermanos y hermanas, sino a la hija o el hijo único con todas las repercusiones que ello implica puesto que el peso del padre ausente es mayor mientras menos hermanas o hermanas hayan.
Los padres ausentes de la niñez anterior implicaban un aprendizaje de la violencia y la dominación como relacionamiento paradigmático, pues la ausencia paterna de nuestra infancia era al mismo tiempo la presencia tirana pero distante para nuestras madres, por medio de la ley, del dinero –o su falta- y de la presión familiar/social respecto a las libertades que podía darse una mujer con hijos/as en su vida. La rebelión pues nunca está terminada en tanto levamos esa memoria/aprendizaje en nuestra epigenie.
Construir una memoria rebelde de nuestra hijez, de cuando dijimos no, o nos escapamos de la violencia y la dominación forma parte fundamental de nuestra construcción de paternidades presentes y cariñosas. Saber también que de la violencia se puede desertar y que esa deserción es la base para construir la vida revolucionaria que queremos, porque lo fácil es lo opuesto: aceptar el mandato de ser esa ausencia paterna que siempre significó varios tipos de violencia al mismo tiempo. No, la ausencia no es gratis, por más que a veces pueda ser un descanso (para les niñes que sufrimos el abandono).
La memoria rebelde de nuestra niñez de hijes y pares, de hermanes y primes, debe también hilar fino en el caso omiso que se hizo de nuestras palabras, en ese dejarnos llorar hasta que se nos acabaran las lágrimas, en ese decirnos “sí, sí” sin habernos escuchado, en ese constante postergarnos los adultos y, por suerte, tener amistades en las que encontrar el refugio del juego y la risa. Esos adultos que regían nuestras casas y las escuelas, con esos comportamientos eran buenos pedagogos del mandato y, a la vez, traidores de su propia memoria infantil.
Porque ahí está nuestra memoria infantil dolida, callada, oculta, para permitir una adultez inmisericorde con la niñez actual, una adultez depredadora de la niñez actual. El trabajo de enterrar la memoria de los agravios infantiles que sufrimos es base de una adultez represora, sistémica, conservadora. Por ello, en función de una paternidad revolucionaria, libertaria, debemos rescatar la niñez dolida que también somos en tanto memoria que camina y habla, y hacerle justicia, verdad, reparación y no repetición en el trato y contrato que construimos con esa niñez actual, a la que hemos de resolver el problema de la escasez de hermanos biológicos otorgándole la antigua y sabia posibilidad de construir hermandades sociales de esas vecinales, barriales, amicales.
Pelao Carvallo
21 de junio de 2021, We tripantu en el hemisferio sur,