Por: Carlos Balmaceda.
Los mellizos Dick nacen seis semanas antes de lo esperado. Desnutridos, los descubre en su casa el detective de una compañía de seguros que corre y corre al hospital con ellos. La nena, Jane, muere en el camino, el varón, Phillip, resiste.
Nadie sabe cómo sobrevive, pero la familia se termina entonces en torno al pequeño ataúd de Jane que será enterrada en un perdido cementerio de Colorado.
A los 13, el pibe, Phillip está en una librería frente a una pila de revistas “Astounding magazine”, buscando el relato “El imperio nunca cayó”. Cuando lo encuentre, se dice a sí mismo, conocerá todos los secretos del universo. Busca, busca, busca, la pila se aplana cada vez más pero el número no aparece, y tal vez sea mejor así porque empieza a temer que al encontrarlo, se vuelva loco.
Esto que acabamos de contar es nada más que un sueño, nunca pasó, pero se repite durante semanas, y no sabemos si al chico lo inicia en la escritura o en las premoniciones que lo acompañarán toda la vida, como el recuerdo de su hermana, que aparecerá como el tema del “gemelo fantasma” una y otra vez en sus relatos.
Al padre no lo verá más, vive con su madre en Washington y trabaja en una tienda de discos por un tiempo hasta que a los 27 escribe su primer cuento. De allí en más, no para. Le pagan poco pero produce mucho, y de eso vive. Las “pulp fiction”, revistas de relatos populares, serán desde entonces su hogar.
Se casa. Su mujer es comunista. Un tipo del FBI los vigila. Phillip se hace amigo. Le dice ¿usted cree que si mi mujer fuera comunista iría a reuniones de comunistas? Lo convence con ese absurdo y de paso inaugura su paranoia con agencias de inteligencia y espías, otra obsesión que ya no lo abandonará.
Quiere ser un escritor importante, serio, por eso lamenta ser solo uno de ciencia ficción. Él no sabe que lo que está haciendo es genial, único y profético. Sus historias hablan tanto del cosmos como del alma, y en ellas la tecnología y lo divino se dan la mano.
Pero no es consciente de su importancia, y en su rutina diaria sigue produciendo para las “pulp” y ganándose el mango, sin parar. Por eso recurre a las anfetaminas que le ayudan a teclear noches enteras. Las pastillas o el ácido lisérgico tendrán efectos sobre su mente, pero no los que afectan a las personas comunes. Vean sino.
Un día llama al pediatra por su hijo. El nene está bien, le asegura el médico. Phillip dice que no. Mi hijo tiene una hernia inguinal, doctor. El médico lo revisó y sabe que no es así. Phillip insiste. El médico le pregunta “¿pero cómo va a saber más que yo, qué quiere, una segunda opinión?” No, quiero que lo revise otra vez. ¿Pero cómo puede saber usted lo de la hernia? Lo supe, no me pregunte cómo, pero lo supe escuchando a los Beatles, contesta Phillip. Fue así, cuando del tocadiscos se desprende la melodía de Strawberry fields forever, Phillip K. Dick lo “ve”. Hernia derecha, y agrega: “inguinal, estrangulada” El médico lo confirma. Con la ayuda de Los Beatles, Dick salva la vida de su hijo.
Esta vez, a diferencia de Jane, la gemela de Phillip, llegarán al hospital a tiempo.
No es el único fenómeno que lo afecta: un día le habla a su mujer en una lengua desconocida. La mujer le pide que repita despacio lo que está diciendo. Como puede, lo transcribe. Horas de biblioteca le darán la respuesta a Phillip: es un dialecto griego antiguo que jamás escuchó en su vida.
Sus premoniciones con la antigüedad no terminarán allí.
Para extraerle la muela del juicio, le inyectan pentotal. Todavía está un poco perdido cuando una mujer le alcanza unos analgésicos. Dick la mira: lleva la figura de un pez como colgante. Los cristianos usaban ese símbolo secreto, así que de pronto se ve a sí mismo, en el año 1 D.C., su nombre es Tomás, y es un cristiano perseguido por Roma. De ahí en más, llega a esta conclusión: seguimos viviendo bajo el imperio romano y Nixon es el emperador, porque –y ahí aparece entonces la frase que buscaba en la librería a los 13 años–, “el imperio nunca cayó”.
No sabe si está loco o delira por las drogas, pero supone que una inteligencia superior se le instala en su cabeza. Le dice Cebra, Dios o SIVAINVI, Sistema de Vasta Inteligencia Viva. Así se llamará una de sus novelas.
¿Un dios se comunica con él? ¿Se ha vuelto loco? No lo sabe y por eso escribe un diario que llamará “Exégesis” y que tiene 8000 páginas y un millón de palabras. Un editor dirá del texto: “Es brillante, sofocante, contradictorio. Solo puede contener una cosa: el secreto del universo”.
En el medio, una historia de robots que saben que van a morir, y un cazador encargado de matarlos. Se llama “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?” ¿Les resulta familiar el argumento? Claro, porque en cine el cazador será Harrison Ford, y la película, “Blade runner”.
“Podemos recordarlo por usted” es la historia de una compañía que vende recuerdos de lugares en los que nunca estuviste. Sí, es Arnold Schwarzenegger en “El vengador del futuro”, así como “El tiempo desarticulado” será Jim Carey en “The Truman show” y “El informe de la minoría” Tom Cruise en “Minority report”.
36 novelas y 120 cuentos escribirá.
Alguna vez, alguien dirá que “vivimos en el mundo que imaginó Phillip K. Dick”: un mundo en el que millonarios como Elon Musk colonizan Marte mientras los pobres nos quedamos en una Tierra moribunda.
Todo lo que nos anticipó de nuestro futuro no pudo verlo en el suyo. No llega a ver sus historias adaptadas al cine ni a recibir los millones de dólares que producirán, pero eso sí, hay algo que en sus últimos días verá: en febrero de 1982, describe y dibuja una escena, la de un hombre caído al lado de un sofá, junto a una taza de café. Así encuentran a Dick en su casa. En la misma posición, con los mismos detalles.
El padre, esa figura perdida desde medio siglo atrás, reaparece entonces para llevar sus cenizas a un cementerio en Colorado, allí donde está la tumba de Jane, la gemela de Dick. No será necesario hacerle una lápida: su nombre, junto al de la hermana, ya estaba grabado ahí.
Así que cada vez que Phillip K. Dick la visitaba en el cementerio, veía su propio nombre. Cómo entonces no iba a contarnos el futuro, un hombre que se sabía muerto medio siglo antes en la fría piedra de su propia tumba.