Libros, películas, videos, cursos, talleres, gurús… el colapso es un negocio que no parece colapsar[1]. Nos cuentan para convencernos con datos que el mundo que conocemos va a colapsar y nos venden y nos cobran por ello.  No deja de ser cierto que más que cambio sufrimos un desastre climático, y si preguntamos a cualquier persona en Latinoamérica y el caribe que tenga más de 40 años nos podrá hacer un relato pormenorizado de cómo ha cambiado el clima en los lugares de los que forma parte. Más aún si tiene más de 50, 60, 70 y más años. Aparte de ese relato, que vale la pena escuchar y grabar, están los datos que nos da el IPCC[2] para confirmar universalmente esas impresiones. Están también las noticias que año a año, temporada a temporada nos dicen que estas son las peores lluvias, el peor calor, las peores nevadas, la peor sequía, los peores incendios forestales que nunca haya habido desde que existen estadísticas de tales cosas.

El colapso pues parece tener pruebas científicas de que, en el aspecto climático, está al llegar. De lo que no hay duda, y toda esa producción e investigación en torno lo prueba, es que hay una FE en el colapso. Se cree en el colapso, se espera el colapso, nos predican el colapso, hay libros rojos del colapso, nuevos testamentos también. El colapso es un producto, un mercado y un consumo.  Y por ello mismo, políticamente, el colapso no es una solución sino un problema.

Como es una fe, el colapso tiene la capacidad de inmovilizar. Porque si eso sucederá ¿para qué movernos? ¿Para evitarlo?, eso pues, no mueve mucho porque no es seguro, no es para nada seguro que podremos evitarlo, como lo prueban todas las pruebas que lanza el IPCC. Entonces, el colapso no moviliza lo suficiente para frenarlo, aunque si da energía política (y económica) a unas cuantas oenegés y liderazgos que salvan la moral colectiva ya que “hay alguien haciendo algo”. Por otro lado, como creemos que el colapso viene, entonces lo que hay es una Fe en él, demostrada en que se escribe y hay toda una teología sobre ella, con rituales y rezos. Este dios negativo, cruel, pero dios al cabo que es el colapso va ganando en la construcción de un sacerdocio y de una feligresía, que como buenos quiliastas[3] en la espera, desesperan.  La fe en el colapso inmoviliza porque ese dios viene y solo hay que estar preparados para su venida, rezar los mantras, agitar los rosarios, cantar las oraciones, leer el libro. Esperar, total, ya viene.

El asunto es que no está claro que es lo que colapsará, y cuándo, y cómo. Solo está claro el cuánto: será un colapso. Porque “colapso” es, ante todo, una medida.

No está claro que vaya a colapsar lo financiero, que cada vez vive, es y existe alejado de la materialidad. Así como el dinero se crea mediante el crédito, ahora hay dinero que no necesita del crédito para crearse ni de billeteras para guardarse. Nunca hubo dinero más fiat (¡que cercano suena a fe!) que las monedas digitales que nunca se ven, pero cuestan. Con monedas digitales que solo existen en la “nube” se compran obras de arte digitales o invisibles que ni siquiera están en el espacio que ocupan. Los negocios son ingeniosos y escapan rápidamente de la materialidad de las acciones, las monedas, los contratos y ponen toda su fe en las blockchain, que es, teológicamente hablando, un rosario digital, virtual. No es, por ende, muy probable que lo financiero colapse, pero sí que mute a formas digitales con menor gasto energético para que incluso la dependencia de la materialidad energética sea menor. Para ello, pues, los experimentos con la fusión nuclear en el ITER europeo.

Es dudoso también, que colapse lo militar, puesto que en sus manos nucleares está la más concreta capacidad de hacer colapsar al mundo entero. Teniendo ese as bajo la manga, la internacional militarista mantendrá su capacidad de influencia y control en el mundo creando y activando guerras que nos recuerden, a cada instante, que necesitamos a los militares para defendernos de los peligros del mundo, incluido los peligros digitales y sobre todo los necesitamos para que nos defiendan de otros militares. Los escenarios de guerra a esta altura ya no planifican sobre un escenario de colapso, sino del post colapso.

Ante todo, no colapsa quien administra el colapso: el Poder. Ese tinglado a cargo de ejecutar en el día a día, noche a noche, centímetro a centímetro el paradigma dominación/violencia que sufrimos y reproducimos muchas veces hasta con entusiasmo pensando (porque para eso el Poder hace publicidad del poder) que conquistando el poder nos liberaremos de él. Ingenuidad en la que hasta lúcidos anarquistes han caído. El colapso es también algo administrable y desde el Poder lo están administrando: permitiendo las finanzas digitales, facilitando la expansión de la frontera agrícola y urbana, frenando las iniciativas de freno al desastre climático (el “muro verde[4]” del Sahel en 20 años ni es verde ni es muro todavía) e impulsando, al mismo tiempo, las iniciativas que aumentan la velocidad del desastre climático, como los embistes año a año de los rompehielos sobre los hielos profundos del Polo Norte haciendo un paso, que no había, entre Europa y Asia por sobre Norteamérica. No colapsará el Poder porque nadie lo ve como parte del problema, porque esa es la principal tarea de quienes administran el colapso: hacernos creer que no es su negocio, que no es su constructo, que los necesitamos. El poder nos colapsa y encima quiere que lo aplaudamos.

Porque quienes colapsamos siempre somos solamente las y los pobres. Cada desempleo, cada cierre de fronteras, toda robotización, toda sequía, toda inundación, todo huracán, cualquier incendio forestal, cualquier ola o isla de calor nos jode a las y los pobres. Los ricos crean climas artificiales o compran bueno climas reales para superar desastres climáticos y se preparan para trasladar sus dineros desde la materialidad del billete y el metal a una esfera digital sin tanto gasto energético como para sostenerlos con mini generadores caseros. Colapsamos las y los pobres siempre y desde siempre y así, huyendo de la sequía, de las lluvias es que las y los pobres poblamos el mundo. Cuando lo hubimos poblado, vino el Poder a ´pie o a caballo a depredar y convencernos, por la publicidad, que siempre estuvo y que era la solución a nuestros problemas, cuando nuestros problemas se llaman Poder.

El colapso a los y las pobres nos moviliza siempre, cuando huimos del hambre y de la sed, hechos casi siempre sucedidos como resultado concreto de la acción de los poderosos para seguir siendo poderosos. Ese movimiento de las pobres ante los colapsos que siempre nos regalan los privilegiados pocas veces es una solución concreta, mayormente es apenas una huida que no molesta tanto al poder porque no lo cuestiona ni lo pone en jaque.

La única forma efectiva de defendernos los y las pobres de este colapso prometido, y de todos los colapsos que nos tocan obligatoriamente todo el tiempo, es desertar. Desertar de la producción, el consumo, el control, la reproducción. Desertar, abandonar las obligaciones que el poder obliga para seguir con la vieja esclavitud siempre actualizada como libertad hueca, publicidad engañosa, sometimiento alegre. Desertar, decir chao, desobedecer la orden de ampliar la frontera urbana y agrícola, la minería que mina la salud de la tierra, la producción de energía que desenergiza la autoenergética del planeta/mundo en el que vivimos. Bajar los brazos, dejar de hacer para el poder, negarnos a reproducir, abolir lo fiduciario, lo estatal, lo militar, lo represivo, lo patriarcal. No nos sirve a los pobres esperar el colapso porque eso ya lo vivimos, nuestra vida es muestra de cómo sobrevivimos y como caímos en cada colapso que el poder nos da. Latinoamérica y el caribe es una muestra palpable de cómo el Poder se ha sucedido en la historia por sobre los cuerpos de las mujeres y los hombres que la habitaban y habitan. De colapsos estamos hasta el cuello y uno más será como lluvia. Nos toca hacer colapsar el poder para cambiar realmente las cosas. No hay de otra.

No esperemos a los barbaros[5], ya que como bien sabía Kavafis, nunca llegarán.

Pelao Carvallo, el colapsado, septiembre de 2021.

[1] basta guglear!

[2] https://archive.ipcc.ch/home_languages_main_spanish.shtml

[3] mllenaristas

[4] https://www.nationalgeographic.es/medio-ambiente/2018/06/la-gran-muralla-verde-africana-que-protegera-el-sahel-de-la-desertificacion

[5] http://franciscomendez.blogspot.com/2009/08/esperando-los-barbaros-constantino.html

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *