Pelao Carvallo.
Poeta, antimilitarista, anarquista, papá, hijo, ex niño
Así como existe una geografía de la infancia, con sus propios volúmenes y distancias, que redescubrirlas de adultos es un asombro y un extrañamiento, también existen las geografías musicales de la infancia.
Para una niña, toda la música que no sienta especialmente dirigida a ella es música de los y las adultas, música de mayores, de viejos. Toda, incluso la música vanguardista, novedosa, adolescente del momento. Todo lo que hagas escuchar a una niña en este tiempo, todo, consciente o inconscientemente, en cuanto a música, será música añeja para ella.
Entonces “Rompan todo: La historia del rock en América Latina”, como la inmensa mayoría de los documentales, reportajes, autobiografías filmadas, publinotas disfrazadas de investigación son historias musicales de adultos para adultos, con toques abundantes de nostalgia adolescente. La niñez no cuenta en esas historias y esas historias no se cuentan a la niñez. Todas. Incluso la que estás pensando hacer.
Esto es lógico porque armamos nuestra memoria bajo el precepto base de la adultez: el control, y como a la música que escuchamos en nuestra infancia mayormente no la controlamos, descartamos esa memoria musical y nos enfocamos en el periodo mucho más corto de la adolescencia como punto de partida de nuestra memoria sentimental melódica. Cuando hacemos memoria de la música que nos marcó y partimos ese recuerdo en la adolescencia estamos, al mismo tiempo, borrando la memoria musical de la infancia para poder construir nuestra autoideología fantasiosa de una vida bajo nuestro propio control, que en este caso es la elección de la música, cual sea la música, cuan mala sea la música, y el baile o canto asociado.
Esta fantasía autocomplaciente del control sobre nuestros gustos nos permite asumir cada elección condicionada (por el mercado, por la publicidad, por la pantalla) como un ejercicio de cierta libertad rebelde incluso que nos describe bien en origen. La infancia en cambio remite falsamente a una época que no nos representa de incapacidad de control, es decir incapacidad de elección. Esta es la prototípica mirada adultocéntrica a nuestra propia infancia. Y para liberar a nuestra infancia del yugo de nuestro adultocentrismo memorístico, y con ello permitirnos ir a un diálogo desprejuiciado con la niñez actualmente existente es necesario poner en cuarentena ese adultocentrismo.
Es falsa esa descripción que hacemos de nuestra memoria musical infantil como la de un momento o lugar en el cual no teníamos control o no ejercíamos cierta libertad de elección. Las niñas actuales (y lxs niñxs que fuimos) saben lo que quieren musicalmente como saben todo lo que quieren en su momento de vida. Saben para empezar que toda la música que les llega, o un 95% de ella, es música vieja, de los viejos que están a su alrededor y, para alguien de 6 años una persona de 14 años ya es soberanamente vieja. Ese saber radical les permite la gran libertad de no tener el autoengaño de creer que esa música es para ellxs. Para la niñez pues toda –o casi toda- la música es ajena y por tanto sí que pueden, porque no tienen ningún compromiso con ella- elegir con total libertad la música que hará un efecto en ellxs, que querrán volver a escuchar. Por esa misma razón van (fuimos) construyendo un gran fondo musical de cosas que escuchamos y que no tienen la más mínima importancia salvo como conector de memoria o soundtrack de la memoria relativa a la adultez a nuestro alrededor.
Nuestra adultez por estar comprometida con una idea de lo que debemos ser, del control que ello implica, de nuestra sumisión a la cultura del poder, nos obliga a un autoengaño permanente sobre nuestra relación con la música tanto la actual y presente, como la pasada y nostálgica: el autoengaño de la libertad de elección, basado en el compromiso en adquirir gustos musicales (y defenderlos), en la obligatoriedad de escuchar música, entenderla, entender las letras de las canciones, compartirlas, consumirlas, intercambiarlas, ser la parte de las estadísticas musicales que suben o bajan. Ese autoengaño no existe en la infancia y por ello es el momento de nuestra vida en el cual podemos desarrollar nuestro sentido crítico más agudo.
La niñez que fuimos escuchó sabia y críticamente la música que llegó a sus oídos, la usó como una espléndida conexión con la adultez que la rodeaba y la niñez actual sigue haciendo lo mismo: usa la música para conectar con su madre y su padre, como otro juego, como otra actividad común, con toda la adultez circundante. Es una herramienta de diálogo intergeneracional y de fijación de recuerdos propios respecto a la adultez.
Por ello es que el enfoque de la música kitsch de la nostalgia, la industria musical de la nostalgia, la música para encerar, envirutillar, hacer el aseo, es un enfoque mentiroso en tanto sostiene que es el recuerdo de nuestra infancia. Cuando lo que hacemos al recordar la música adulta de nuestra infancia es recordar a la adultez de nuestra infancia, la adultez que rodeaba nuestra niñez.
Por ello es que hay una memoria musical incómoda, molesta, problemática. Porque no toda relación es siempre agradable, menos aún las relaciones que nuestra niñez sostenía con esa adultez a nuestro alrededor. Entonces hay música que es el sonido de la frustración, de la violencia, del encierro, del aburrimiento, del daño. La industria de la nostalgia pretende sanitizar, edulcorar, el mal que vivimos en nuestra infancia convirtiéndolo en pastillas musicales de recuerdos preeleborados, estándar. Pero así como las memorias olfativas, visuales, nuestras memorias musicales no nos mienten y nos traen todo: lo bueno, lo malo, lo feo y lo irrelevante, esto último porque para nuestra memoria que recuerda no hay nada irrelevante.
Nuestra memoria niña de la música que escuchábamos es una oportunidad de recuperar un ejercicio de libertad y relacionamiento con otros/as que ya no tenemos por los múltiples compromisos que nos atrapan. Si esa memoria de la música que escuchábamos la complementamos con la memoria de la música que hacíamos (esas canciones que inventábamos mientras caminábamos o cuando jugábamos muy concentradamente con juguetes) sabremos, con gran sabiduría, que la música no es algo ajeno.
Pelao Carvallo 25 de enero de 2021