*Pelao Carvallo
Les pobres son los zombis que atormentan a los protagonistas de las pelis de zombis. También somos las catástrofes con o sin nombre que sacuden el mundo blanco y mullido de las pelis de catástrofes. La industria cultural del cine tiene bien claro para quién trabaja y los temores de quiénes hay que amplificar. Por ello es que para el cine les pobres, más que lástima o risa, debemos dar miedo.
La lástima y la risa pueden derivar en algo de empatía, que es una de las bases de la solidaridad y la comprensión. El miedo no permite esa posibilidad y es por ello que es una representación justa del imaginario que tienen las élites respecto a les pobres. La industria cultural del cine descubrió un personaje prototípico para describir esa representación social en toda su crudeza: los zombis, siempre en plural. Más que descubrimiento es una construcción a lo largo de la historia de las pelis de zombis. Desde ese inicio de torpes, lentos zombis en blanco y negro, hasta los actuales rápidos, coloridos, superpoderosos.
Un zombi nunca está ni actúa solo. No piensa, actúa. No tiene sentimientos ni profundidad como personaje. Su único afán es comer, es decir, acabar con les protagonistas. La irrupción de los zombis es siempre una crisis, generalmente una crisis social total. En los territorios en los cuales se imponen los zombis no hay gobierno, ni producción, ni nada. Punto por punto así mismo es como la élite se representa a les pobres y un mundo sin la presencia de la élite: la nada en expansión a costa de ellos, la élite.
Como casi todo el cine, y como casi toda la industria cultural, las pelis de zombis son un relato que la élite se hace para ella misma sobre los temas que le interesan, expuestas al mundo para su aplauso y empatía. Se nos pide a les pobres, en tanto espectadores, que compartamos su miedo a… nosotres, les pobres.
No solo se nos pide que empaticemos con su miedo a nosotres, sino que además se nos inculca lo que debemos hacer frente a ese miedo, como deshacernos del peligro que significamos. Para ello, en cada peli, en cada aparición de zombis, cada vez con mayores y mejores armas, en una escalada armamentista cinematográfica que ya llegó a la guerra mundial (Z), se asesina y masacra impunemente a cada zombi sin diferenciar (esto es fundamental) entre zombi “armado” y zombi “civil”. Para ellos, todo zombi está armado, no hay diferencias entre ellos, no hay segmentación, la respuesta para todo y cualquier zombi es la misma: dispararle, asesinarle, si puede ser en masa, con un arma automática, mejor. La pedagogía de la masacre. Pedagogía que se aplicará sobre les pobres, aprendida en el cine de zombis.
La pedagogía de la masacre pasa por esta ejercitación cinematográfica en la desempatía, en presentar a un conjunto de personajes como desprovistos de cualquier profundidad, sentimientos, afectos, deseos y necesidades afectivas, unos palitroques en movimiento. A los cuales es fácil derribar con la bola/bala que sale de las metralletas. Esta ejercitación se refuerza en la práctica de matar, matar masivamente, más fácil si es a cierta distancia. A matar masivamente no solo se acostumbra la gente, sino que se les vuelve adictivo[1]. Para llegar a ese punto, primero había que convencerles de que a) era necesario asesinar por seguridad propia y b) que en realidad eso no era asesinato, porque al frente no tenían seres humanos, zombis sí, quizás. La experiencia de asesinar masiva y compulsivamente les enseñaba que c) eso puede ser divertido, como en las pelis, si tienes quien celebre, acompañe y aplauda.
Estas prácticas se realizan ante todo en momentos de crisis y/o revolución, en estos días en Colombia, o en Gaza a manos del Estado israelí. Se hacen en el Chile revolucionado desde octubre de 2019 y la lista es larga: la élite saca sus guardias, legales o no, a matar pobres como si fuesen zombis de películas. La gente, así en abstracto, soporta eso porque ya fue inoculada con distanciamiento por el cine de zombis y catástrofes, porque les pobres somos también las catástrofes. Las crisis climáticas, las erupciones volcánicas, la fuga de contaminantes que acaban con el planeta son metáforas cinematográficas del miedo a les pobres y la nave espacial que huye y salva un resto de la humanidad es… la élite a salvo.
La élite lo es por el control alimentario de la población, es decir, por obtener ellos la mejor y mayor alimentación y para les pobres lo peor, lo poco y las sobras. Por ello ese cuento de la soberanía alimentaria es eso, un cuento, no hay soberanía alimentaria mientras haya élite que depreda toda la alimentación para dejarse lo mejor para sí y lo peor para les pobres. A lo más podemos construir una autonomía alimentaria en conflicto con el sistema alimentario depredatorio al servicio de las élites que vivimos[2].
Las pelis de zombis, ese relato de acción metafórico de la contención por masacre de la pobreza revolucionada, forman parte del macrorrelato necesario para el sostenimiento del poder, esa relación social injusta y discriminatoria que sintetiza, en lo cotidiano, el paradigma de dominación y violencia que sufrimos les pobres y disfrutan las élites. Toda apología, en el tono que sea, del poder es una apología al sufrimiento de les pobres y al goce de las élites, porque el poder es parte de la memoria de la dominación. En cambio, la felicidad de la autonomía es la memoria de la libertad, que es lo que quienes somos pobres buscamos con la desaparición de las élites.
Casi no hay cine de pobres para pobres, como tampoco casi existen literatura, teatro, deportes masificados, cómics hechos por pobres para pobres. Esto porque la memoria pobre es mayormente analfabeta y oral, aunque quienes hagan esa memoria estén alfabetizados. Frente al poder, les pobres optan por el silencio y ese es un silencio de escritura también, en esta permanente actitud defensiva frente a la depredación de las élites. Si las élites tienen miedo respecto a les pobres, un miedo entrenado para masacrar, les pobres tenemos la sonrisa falsa, el chiste fácil, el silencio oportuno, el desprecio permanente por esas élites.
Como las relaciones de poder, desiguales e injustas y por ello innecesarias, siguen siendo relaciones sociales, hay un porcentaje de pobres que sucumben a la ideologización de las élites y se transforman en objeto de lástima o risa o en lacayos armados para tranquilizar el miedo militarizante de las élites. Todo ello en forma de metáforas siniestras llamadas patria, ejército, costumbre, normalidades, ciudadanía, etc. Frente a esos relatos de poder, les pobres nos contamos historias, nuestras historias de libertad, sin zombis, sin masacradores.
Pelao Carvallo
11 de mayo de 2021
[1] https://elpais.com/cultura/2012/04/05/actualidad/1333653434_008886.html
[2] https://www.clacso.org/anarquismo-en-tiempos-de-punkdemia/