Pillo*
Lo mío, lo mío es la crónica. Puedo leer varios libros, pero cuando estoy viendo el paisaje desde la ventana de un automóvil o estoy recordando hechos pasados, se me olvida lo que estaba leyendo, porque bien podría hablar de un tema con mayor peso, hacer una reseña de algún libro, asociar ideas de libros que tengan temas en común, re-interpretar a algún autor, pero no.
De lo que me acordé entonces fue de esta anécdota que sucedió allá por el año 2014. De cuando se me ocurrió escribir un librito que llamé Relato de un viaje al Brasil, y se me ocurrió también presentarlo, hacer un evento y festejar con los amigos. Gracias a mi maestra de portugués, Paola Suárez, pude presentarlo en el auditorio del Centro de Lenguas Extranjeras (CELE), en Ciudad Universitaria, la UNAM. Además de invitar a Paola, Ameyalli y Alaíde para que lo comentaran, pensé en mi amigo el Crispín para que hablara, para que dijera algo sobre mi texto, y llevó a su chica que estaba embarazada entonces. Se puso buena la presentación, iba mi hijo que tendría como 3 años de edad (corría y jugaba en las sillas y los corredores del auditorio, dando gritos e interrumpiendo), la mamá de mi hijo, fueron familiares, varios amigos míos, conocidos y desconocidos. Me dio mucho gusto verlos a todos, me sentí muy contento, vendí todos los libros que llevaba y hasta faltaron, incluso llegó el Diego a felicitarme. Hubo gente que se llevaba hasta tres ejemplares, llegó un chico de una escuela de portugués que me pidió 30, se los tuve que imprimir después. El plan de sacar el costo de la impresión resultó.
Acabando la presentación venía lo bueno: festejar. Fuimos a los bares que están afuera del metro Copilco, pero todos estaban llenos. No había lugar en ninguno. La gente empezó a desesperarse un poco. Entonces se me ocurrió ir con don Salud. Algunos amigos se fueron, ya no quisieron continuar en busca de un lugar, mi hermana la menor ya no llegó. Mi mamá y mi tía estaban un poco asustadas por el lugar a donde las llevaba, desconfiaban y se quejaban. Toqué la puerta de don Salud y di la contraseña para que nos dejaran entrar. Pedimos muchas caguamas, yo invité varias con el dinero que sacamos de los libros y nos pusimos a beber. Mi mamá y mi tía terminaron puliendo el suelo con unas cumbias con unos desconocidos, tanto que se quejaban y terminaron baile y baile. Total que nos fuimos de don Salud como a las 11 pm. Quienes querían dar batalla todavía eran Crispín, Oliver, Eric, el Temo y obviamente yo. Les dije que compráramos unas cervezas y la siguiéramos en mi casa.
No detuvimos afuera de una tienda, se hizo la vaca y dos de ellos fueron a comprar la bebida y la botana. Los demás nos quedamos afuera, esperando. Pasó un auto con unos chavos que nos empezaron a insultar: “jodidos, pinches mugrosos”. Volteamos y no sé quién quiso responderles, yo le dije que los ignorara, llevábamos hijos y no necesitábamos problemas. Pero los chavales del auto siguieron insistiendo. Llegó el embarque y teníamos que cruzar la calle justo donde estaban los molestosos, quienes siguieron insultándonos y gritándonos, hasta se bajaron del coche y nos provocaron. Yo estaba a punto de terminar de cruzar la avenida con las cervezas en las manos cuando de reojo vi que el Temo se quitó su chamarra y corrió hacia ellos. Se armaron los madrazos. Aparté a mi hijo y su mamá y le dije a la novia de Crispín que se quedaran lejos y no se acercaran por ningún motivo, les dejé las cervezas y fui a tomar mi parte en la batalla campal.
Crispín, con su enorme cuerpo, ya tenía a uno de ellos en el piso, sujetándolo, yo pensé que le estaba azotando la cabeza, pero le decía “pídime perdón culero”. Eric iba persiguiendo a patadas a otro de los chavales. Los autos se detenían y pitaban, no se podía pasar por donde nos estábamos dando. Al primero que vi le asesté un puñetazo en la cara y huyó. Me acerqué al auto porque oía los alaridos de unas chicas: “ya suéltenlos, ya paren, ya basta”, venían con ellos. Cuando el tipo que conducía bajó del auto, estuve a punto de reventarlo sabroso, pero caí en cuenta que era un jovencito como de 17 años poco más poco menos. Quería impedir que Oliver le siguiera pegando a su auto: con unas rocas le destrozó la cajuela, los faros y parte del parabrisas. Yo le grité al chamaco “súbete y ya váyanse a la verga” y lo azoté de vuelta a su asiento.
Empezó a sonar la sirena de una patrulla y nos fuimos corriendo de ahí. Recogimos a nuestras chicas y nos fuimos. Eric y el Temo ya no quisieron seguir con nosotros. El ambiente estaba tenso pero nos sabía a victoria. ¿En qué momento se les ocurrió a unos chamacos ponerse al tiro con unos señores locotes como nosotros? Llegamos a mi casa y bebimos. La plática giraba en torno a la madriza que les metimos. Se fueron reconstruyendo los hechos porque a mí me faltaban piezas del rompecabezas, quién le había pegado a quién, cómo, en dónde, porqué empezó, etcétera. Toda la noche repitiendo lo mismo hasta aprendérnoslo o presumir que habíamos salido ilesos, porque nos pudo haber ido peor, que un auto nos atropellara o perder la pelea.
Se llegó a la conclusión de que el Temo, como no bebía, no tenía novia, no cogía, estaba más estresado y llegó un momento en que le calaron los insultos. Fue entonces que saltó primero y se fue a los golpes contra los dos primeros chavales que se habían bajado del auto. Los demás corrieron tras de él, fui el único que pensó en poner a salvo a nuestras chicas, la mamá de mi hijo cargándolo y la novia de Crispín embarazada, y dejarles las cervezas. En ese pequeño lapso se armaron las parejas para darse de madrazos. Dos de los chavales corrían y trataban de huir, pero el desastre era inevitable. Oliver se cansó de perseguirlos y fue entonces que arremetió contra el coche. Pobres chavales, se han de haber arrepentido de insultar a unos greñudos (Crispín y Oliver traían el cabello largo).
Cuando se lo platiqué después a mi amigo el Diego, un buen escritor (porque él se fue después de don Salud), me dijo que era buena suerte que después de la presentación de un libro hubiera madrazos, que era un buen signo, yo no sé. Nos echamos a reír y seguimos bebiendo nuestras cervezas en aquel bar de metro Cuauhtémoc.