Por: Alberto I. Gutiérrez*
Sábado por la noche. Me encuentro acostado en la cama viendo una serie en el televisor. De pronto, un mensaje ha encendido la pantalla de mi móvil. No puedo evitar echar un vistazo, pensando que se trata de un asunto importante. Para mi fortuna, no es algo laboral, solamente es el mensaje de una chica con la que salí en mis veintes, una interacción que, si bien, no nos llevó a ninguna parte, nos dejó a los dos “con las ganas”, y si una cosa he aprendido en esta vida, es que no hay nada peor, frustrante e irritante, que “quedarse con ganas”.
En un acto de memoria forzado, lo último que supe de ella es que se casó con un tipo aburridísimo, un macho beta proveedor, con el que tuvo un “hijo de emergencia” —ustedes saben a lo que me refiero, un salvavidas para cuando los tiempos de infertilidad o de soledad se acercan amenazadoramente—. Admito que no me parece extraño o inusual que ella hiciera eso, la gente es así, mujeres y hombres leen e interpretan guiones todo el tiempo sin ser conscientes de su existencia, sin siquiera reparar en las consecuencias. A lo que yo les preguntaría abiertamente, ¿por qué habría de tenerles alguna clase de estima o consideración? La lógica me dicta que solo se trata de actores, lo que los hace descartables… desechables.
Es más que evidente que detrás de este “inocente” mensaje, subyace una crisis conyugal, una tempestad que de alguna manera ha obligado a la chica a buscar una respuesta afectiva en el pasado remoto, en la mentada retrospección idílica. Yo podría cumplir con ese pedimento, pero antes debo hacer un balance, sopesar las opciones. Es cierto que puedo continuar con la conversación hasta que el trago amargo pase, mientras ella me utiliza para aliviar sus requerimientos de atención; o bien, seguir el hilo conductor buscando llegar al punto en el que suceda algo.
He de admitir que el sexo extramarital es una de las experiencias más placenteras en la existencia, pero no deja de ser fastidioso el hecho de que se requieren enormes cantidades de energía, así como tensiones innecesarias, cabiendo la posibilidad de que la otra persona se enrole o tome distancia mandando al demonio el tiempo invertido. La otra alternativa que dispongo puede ser mandarla por el apacible sendero de la indiferencia, que siempre involucra una medida punitiva, un castigo silencioso.
Bien, teniendo en consideración lo anterior, y tomando en cuenta mi grado actual de aburrimiento, a la par de que no soy el héroe en esta y en ninguna de mis historias, no tengo más remedio, más alternativa, que jalar el cordel, para ver cuánto puedo extraer de la madeja. Aunque si tuviera que decir algo en mi defensa, debo indicarles que ella fue la que cometió el primer error: el equívoco de querer utilizarme primero, algo que nadie debería hacer, ya que jugar con la noche no es prudente en lo absoluto. En fin, por la mañana responderé el mensaje, y espero que esto sirva de prueba de cómo un simple “hola”, un simple saludo, puede ser el comienzo de la calamidad, el hecho que antecede a la destrucción de un hogar.
*Escritor y antropólogo social.
albgutierr@hotmail.com