* Eva Leticia Brito

Los puestos de periódicos en cada esquina de la ciudad de México exhiben en primera fila, desde que tengo memoria, revistas pornográficas y fotografías de mujeres semidesnudas de grotescas curvas. El objetivo es motivar la excitación y aflojar los bolsillos, lo que las vuelve burdas y ofensivas: el placer sexual como mercancía estimulado por el cuerpo femenino.

Hay una gran diferencia con las imágenes artísticas de antaño y de hoy que representan cuerpos sin edad ni cánones estéticos y logran expresar significados más profundos. Exaltan a las mujeres como creadoras o antiguas diosas de la fertilidad que dan origen al Universo y a la humanidad. O sencillas féminas que más allá de su apariencia física, tienen vida propia, piensan y sienten. Sin perder su esencia muestran con decoro pieles de variados colores, distintas composiciones faciales y pezones versátiles: circulares y ovalados. Algunas se atreven a exhibir clítoris erguidos o relajados, vaginas con vellos multicolores que custodian labios exhibicionistas o tímidos, que van desde el rosa claro hasta el profundo carmesí.

Soy mujer y estoy de acuerdo en qué, con respeto y delicadeza, el cuerpo femenino se exalte desde la sensualidad. Pero también creo en la equidad de género y ésta, para mí, debe contemplar el erotismo; un erotismo que segrega a la masculinidad. En una sociedad tan religiosa y especialmente católica como es la mexicana, con un sistema patriarcal bien impuesto, primero hay que deconstruir conceptos.

Empecemos por el libro bíblico del Génesis, donde aparece Adán, el primer hombre creado por dios y de cuya costilla provino Eva. Narra que la pareja desobedeció a su creador cuando ella fue convencida por la serpiente satánica y comió el fruto prohibido. Y después Eva orilló a Adán a hacer lo mismo. Al perder su inocencia la pareja fue expulsada del paraíso, cambiando para siempre la predisposición natural de la humanidad hacia el bien, por el mal. En este escenario Adán es considerado la parte pasiva, el hombre bueno que dio vida a la fémina que lo llevó a quebrantar la ley divina y condenó a toda su descendencia, al provocar que el pecado original fuera inherente a la condición humana.

Este cuento debe ser borrado de la mentalidad social. Adán debe ser visto como un hombre con esencia carnosa y apetecible, con una personalidad atrevida que atrajo a una hembra en celo sin engaño. Un Adan que devoró el cuerpo femenino con el mismo deseo que lo hizo Eva con el suyo. El varón que le pidió morir dentro de ella.

El mito de Adán y Eva podrá representar la equidad integral de género cuando se rescate la sexualidad y erotismo masculinos y se aprecien de manera similar a los femeninos. La manzana debe simbolizar el apetito carnal que los amantes tienen derecho a saciar, eliminando la etiqueta de pecado. La hembra debe mudar la piel de culpabilidad y mostrarse orgullosa de su gozo y éxtasis.

La masculinidad debe reivindicarse con justicia. Se debe terminar con la impunidad cristiana que le permite dominar y sojuzgar a la mujer y lo exime de culpas y delitos. Pero al mismo tiempo debe erradicar los estigmas de agresividad generalizados que le atribuye un feminismo mal entendido, lo que insulta al mutuo respeto y se torna cómplice de los prejuicios. Debemos conocer, comprender, admirar, halagar y amar a esos cuerpos de joya erecta.

  • Fotografía del acervo de Carlos Abraham y aprobada por el autor para ser publicada en este texto.

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