*Jorge Tadeo

Rosario llego a la terminal de autobuses en compañía de su mamá. A pesar de lo que las dos creen no era una despedida temporal por el hecho de que se va a estudiar la universidad, no, era una despedida definitiva. No porque ya no se fueran a ver más, mucho menos porque hubiera problemas insuperables entre ellas, pero este viaje a otra ciudad por parte de Rosario daba por terminada su vida en casa de sus padres, bueno, en este momento sólo de su madre, su padre hacia medio año que había muerto en un accidente de coche.

Iniciaba una nueva etapa donde daba por terminada su vida dependiendo de las comodidades que le brinda su hogar familiar comenzando así su propia independencia. Desde ahora tendría que valerse por sí sola, claro tenía el fideicomiso que le había dejado su padre al morir y que le servía para estudiar la universidad sin problemas, sólo tenía que aprender administrarlo sin ayuda de nadie. No sólo eso, tendría que aprender administrar toda su vida. Ya no estarían sus padres para sacarla de cualquier apuro en el que se metiera en la escuela. Ni estaría la mujer que limpiaba la casa y su cuarto, mucho menos tendría alguien que le hiciera la comida. Todo eso lo tendría que aprender por sí misma. Sin mucha o ninguna ayuda.

El inicio de esto y la última ayuda que le dio su madre fue aconsejarle que hiciera su viaje en autobús. Eran cinco horas y costaba la mitad que viajar en avión, además que podía llevar mayor equipaje. Aunque Rosario esperaba que la acompañara hasta la ciudad donde se iba a estudiar, su madre le dijo que no podían hacer ese gasto. Ya era complicado en términos económicos que llegara a un hotel en lo que encontraba un apartamento en donde vivir. Lo era más si la acompañaba. Con todo el dolor de su corazón la tenía que dejar irse sola.

En la espera del autobús su madre le hizo todas las recomendaciones posibles, le pidió que tuviera mucho cuidado, que se comunicara todas las noches con ella al menos con un mensaje de texto para saber que estaba bien, prefería una llamada telefónica, pero el mensaje estaba bien.

Tomaron café una frente a la otra en la cafetería de la terminal tomadas de las manos. Rosario la escuchaba en silencio, asintiendo a todo lo que ella le decía. Las dos hacían un gran esfuerzo por no llorar. Tenían que mostrar fortaleza al fin y al cabo era un proceso normal. Los hijos se van llegado el momento y ese momento para los padres, para las madres nunca es el momento indicado. Eso le decía su madre para darle fortaleza. Aunque lo que en realidad quería decirle es que no se fuera, que no la dejara sola. Que, sin ella en casa, el vacío, la soledad se volvería insoportables. Que, sin ella la falta de su esposo era aún mayor. Pero no lo dijo. En cambio, le dio todos los consejos que ella pensó necesarios para la seguridad de Rosario. Ella también quería decirle que no tenía deseos de irse, que quería quedarse a su lado, que nada más importaba, que sin ella estaba perdida. Sentía ese dolor en el estómago que sintió cuando le avisaron que su padre había muerto.  No se lo dijo solo asintió a todos los consejos que le dio mientras le apretaba la mano fuertemente.

El autobús llegó a tiempo así lo anunció el altavoz de la terminal. Rosario se levantó su puso su mochila de viaje a la espalda mientras comenzaba a jalar sus dos maletas con la ropa, libros, en fin, toda la vida que llevaba de equipaje para empezar de nuevo. Se despidieron con un abrazo. Su madre, le dijo – no te olvides de mí –   antes de darse la vuelta e irse. Una vez que el maletero se hizo cargo de sus cosas, subió al autobús, localizó el número de su asiento y se puso a llorar. Lloró al menos las dos primeras horas de viaje. Después entró en un sueño profundo más cercano al olvido que al descanso. No quería pensar más.

II

Había planeado su viaje para tener una semana para encontrar un lugar permanente donde vivir, aunque le hubiera gustado quedarse más tiempo en el hotel y así no preocuparse de limpiar, hacer de comer todas esas rutinas diarias que había aprendido a esquivar en su casa. No podía. El dinero no le duraría lo necesario para terminar la escuela. Así que esos primeros días los dedicó a buscar un departamento que cumpliera con sus expectativas tanto de comodidad, como de precio. Le resultó muy difícil. No sabía cómo hacerlo. Tuvo que aprender primero a buscar departamentos en renta. El Internet le resultó un buen aliado, aunque tuvo que aprender a usarlo para algo más que las redes sociales. Era difícil encontrar algo de acuerdo con sus necesidades.

Así pasó un par de días. Vio algunos que no la convencieron. Fue a la universidad a terminar de hacer los trámites para su ingreso. Aun no se relacionaba con nadie en esta nueva ciudad. Extrañaba su casa, a sus amigas. Cuando se desesperaba por la situación tan difícil en la que estaba, difícil al menos para ella, situación que comenzó a ser muy seguido, odiaba a su papá por haberse muerto. De no haber pasado eso ahora estaría estudiando con su mejor amiga en la universidad privada que habían planeado, pero no, su realidad era que tenía que estudiar en una universidad pública, tratando de adaptarse a un modo de vida que no conocía.

Tal vez para la mayoría de las personas era de lo más normal usar el transporte público, para ella no, pero ahora no todos los días podía usar el sistema de transporte privado, por muy barato que fuera, no lo podía costear y tener coche, impensable. Tenía que usar el transporte público. Acostumbrarse a eso, era su nueva vida y por mucho que odiara a su padre por haberse muerto no había más que hacer. El fideicomiso solo alcanzaba para poder estudiar fuera, en una universidad pública. Ni siquiera quedarse en casa a estudiar cualquier carrera que no fuera lo que ella quería en una universidad privada era opción. No era tanto el dinero. Así que aquí estaba, intentando adaptarse a su nueva vida.

Encontró un pequeño departamento que ella decidió llamarlo “loft” un poco para no sentirse decepcionada del tamaño. Un pequeño espacio que compartía cocina, sala, recámara y baño, en un poco más de 30 metros cuadrados de construcción. Todo el lugar era un poco más grande que la recámara principal en casa de su mamá. La ventaja es que estaba a unas cuadras de la facultad de arquitectura no tendría que tomar transporte para llegar, además estaba amueblado con lo básico, es decir cama, estufa, refrigerador, una mesa, cocina y un pequeño sofá para dos personas que funcionaba como sala.

Se mudó a su nueva casa el fin de semana previó a que comenzaran las clases. Le dedicó todo el fin de semana acomodar sus pertenencias, fue al supermercado a comprar víveres, no tenía idea si le durara quince días como lo tenía previsto, esperaba que sí.

El sábado por la tarde terminó de desempacar, acomodar todas sus cosas en su pequeño “loft” y decidió buscar un lugar cercano en donde ir a tomar algo. Hacía una semana que había llegado a la ciudad y aún no había salido a ningún lugar. Era un buen momento de conocer la vida nocturna. Además, después de sacar cuentas podía darse ese lujo.

III

Entró al primer bar que le pareció que se veía más o menos decente. Quería divertirse, pero no por eso terminaría en cualquier lugar.

Se acercó a la barra y pidió una cerveza oscura con un vaso aparte. No quería sentarse en una mesa así que se acomodó en la barra para disfrutar el momento. En la música de ambiente del bar se escuchaba “disco 2000” de los Pulp y ella comenzó a tararearla en voz baja. Le sorprendió que en un bar como ese tuvieran una canción de un grupo como Pulp. No era común. No era para todos los gustos. Desde su propio prejuicio pensaba que en un lugar como ese estarían escuchando otro tipo de música. Una voz la sacó de sus pensamientos y de su tarareo.

– ¿Te gusta Pulp? – le dijo un muchacho sentado a su lado.

Volteó a verlo sin inmutarse mucho. No estaba de ánimos de ligar solo quería tomarse una cerveza tranquilamente, decidió ver si el muchacho era su tipo o no más por coquetería que por otra cosa. Él llevaba un pantalón negro con una camisa blanca. Tenía el cabello corto, medio despeinado. Se le antojó un poco a Jarvis Coker vocalista, tenía un aire a él, pero más ordinario. No parecía un profesor universitario, se veía como alguien común, sin embargo, se presentó antes de decir algo más

– Rosario – le dijo mientras le daba su mano. – Y sí, me gusta mucho Pulp. ¿A ti?

– Es de mis grupos favoritos, a propósito, soy Sebastián. Mucho gusto Rosario.

– No me esperaba conocer en este lugar a alguien que le gustara ese tipo de música. No es común, creo.

– Te sorprendería.

Se sentaron en una mesa y platicaron toda la noche. Así ella se enteró que de que Sebastián también iba a la misma universidad, que también estudiaba arquitectura solo que él ya tenía un año estudiando. Estuvieron en el bar hasta que el cantinero les avisó que ya iba a cerrar. Se ofreció acompañarla a su casa, ella dijo que si a pesar de ser sólo un par de cuadras, pero no quería arriesgarse a caminar sola y bueno si él se sobrepasaba llevaba un “pepper spray” en su bolsa el cual preparó desde que salieron del bar.

El camino que fue de lo más tranquilo. Sebastián por decir de ella se portó como un caballero. Al llegar a su casa, Rosario lo invitó a entrar. – Mejor dame tu número de teléfono y hablamos mañana, ¿Te gustaría? Ella le anotó el número directo en su teléfono. Le dijo “buenas noches” y le dio un beso en la mejilla antes de entrar al edificio y subir las escaleras hasta su “loft”.

Al otro día se despertó con el sonido de su teléfono. Era su madre para saber cómo estaba. Le dijo que bien. Ya instalada en su casa y lista para comenzar las clases. Su madre le dijo que se alegraba. Ella le dijo que había conocido a alguien. Ante la pregunta de su madre de qué si a quién había conocido, si era una persona de fiar, que tuviera mucho cuidado, que en esos ambientes no se podía confiar de todo en la gente, ella le dijo: “No te preocupes mamá, es sólo una persona común”.

Le colgó a su mamá y se quedó unos minutos más en la cama disfrutando la modorra. Pensando en Sebastián, en sí le hablaría o no. Decidió que no debía de pensar más en eso. Tan lejos de casa y de sus amigas ciclarse en si la primera persona con la que se relacionaba desde que llegó le hablaba o no era peligroso. Aun así, mientras preparaba café su mente divagó de nuevo hacía él. Si no le hablaba por teléfono estos días no era lo peor, no, era muchísimo peor que la ignorara en la facultad.

Puso Fat Children de Jarvis Cocker en su teléfono para distraerse un poco. Se sentó en la mesa a tomarse su café obligándose a pensar en que iba a desayunar. Picó un poco de fruta, preparó un par de panes tostados con mantequilla y mermelada, regresó a la cama a leer mientras desayunaba. Jarvis continuaba sonando en el reproductor de su teléfono celular, que se pausó cuando le llego un mensaje de un teléfono desconocido que decía: “Irás al bar hoy en la noche?” Seguido de otro más: “Soy Sebastián, por si te causó alguna especie de paranoia stalker el mensaje anterior.” Le contestó que prefería verlo para comer. Que ella invitaba si él sabía de algún lugar cercano y barato. Se verían a las dos de la tarde a unas cuadras de su departamento.

IV

Los meses siguientes los pasaron juntos. Se fueron conociendo de a poco descubriendo que tenían gustos similares hasta que esa amistad se convirtió en un noviazgo. Sebastián comenzó a pasar mucho tiempo en el departamento de Rosario, ella fue haciéndose amiga de los amigos de él. Ya no estaba tan sola, ahora estaban juntos y para ella era más que suficiente. Aprendió a ser una chica común, eso se lo decía Sebastián en forma de broma a la par que escuchaban Common People de Pulp. Ella se burlaba de él llamándolo Jarvis. Comenzaban a enamorarse.

Los meses se convirtieron en años. Para el segundo ya vivían juntos. Pasaron del pequeño departamento de ella a uno más grande. Sebastián consiguió trabajo a medio tiempo en un despacho de arquitectos. Ya estaba a un año por terminar. Ella aún usaba su fideicomiso. No quería depender de él.

Su vida no era lo que soñaba cuando era una niña, pero si lo veía ahora con ojos de mujer era mucho mejor. Poco a poco se había convertido en una persona común y eso más que desagradarle la ponía de buen humor. Finalmente era feliz y era lo que importaba. El hoy y su felicidad.

V

Al menos eso parecía, pero es bien sabido que la felicidad es tan efímera como la tristeza y que no siempre depende de nosotros. Rosario lo aprendió de muchas maneras. La muerte de su padre le trajo una tristeza enorme de la que nunca podría sobreponerse. No había nada que ella pudiera hacer e incluso la felicidad que le había traído su relación con Sebastián, esa tristeza no la dejaría nunca. Era parte de su vida. El alejamiento de su madre desde que habían decidido vivir juntos, sin casarse, el hecho de que el fuera de una clase social distinta a la de ella, que el fuera simplemente una persona común y corriente también le trajo consigo una tristeza complicada, difícil de definir. Era de una serie de sentimientos contradictorios, diferentes.

Su felicidad no le permitía estar totalmente triste a la par que su tristeza no le daba lugar a toda la felicidad que podía sentir por esa situación determinada y es que se puede ser feliz y triste a la vez por lo mismo, todo está en cómo te hacen sentir las personas a tu alrededor. Así se sentía Rosario en estos momentos.

Los días pasaron convirtiéndose en meses, en años de su madre se fue alejando cada vez más. De hablarle todos los días, paso hacerlo una vez por semana. Después una vez por mes, al final sólo le hablaba una vez por año. Su madre no lo hacía, era ella quien tomaba el teléfono. Ya no se comunicaba para saber cómo estaba, cómo le había ido. Cuando hablaban el distanciamiento que se notaba era aún mayor que la distancia que las separaba físicamente.

Muchas veces la invitó a su casa, sólo una vez aceptó la invitación. Desde el aeropuerto, ella pidió viajar en avión, claro Rosario y su pareja estaban pagando por verla, no viajaría en autobús que pagaran por su visita. En todo el fin de semana que estuvo con ellos dejó claro que no eran iguales, que incluso su hija ya no era igual a ella. Le hizo ver a Rosario que ahora solo era una persona común y corriente. Lo soportó estoicamente, sabiendo que era posible que su madre no la volvería a visitar. No le gustaba pensar así, pero era una realidad. Ella había decidido una vida distinta y no era aceptada.

Meses después cuando fue notificada que su madre había fallecido no pudo ni quiso llorarle. Hizo todos los trámites que tenía que hacer, aceptó las condolencias de sus familiares, de los amigos en silencio. No lloró en ningún momento, solo abrazaba a Sebastián con todas sus fuerzas. Se quedó un tiempo más para poner en venta la casa, arreglar todos los asuntos legales y cerrar ese capítulo para siempre.

Meses después, aún sin llorarle, cuando su madre era sólo un recuerdo más, una parte de su memoria que ni siquiera podía poner al nivel que el de su padre, en una de sus visitas rutinarias al médico se enteró de su embarazo. El retraso en su periodo no fue por su irregularidad como ella lo había pensado.

Salió del consultorio con una enorme sonrisa, si es que existe ese brillo especial en las mujeres embarazadas ella lo tenía. No podía ocultar su felicidad. Encendió el motor de su coche y en automático comenzó a escucharse a Pulp cantar Common People. Solo logró estacionarse. Apagar el coche y comenzar a llorar. En el reproductor Jarvis repetía el coro: “I want to live like common people, I want to do whatever common people do, I want to sleep with common people, I want to sleep with common people, Like you.”  Entonces se dio cuenta que no la vería más, que su madre no estaría para ella nunca más. Que no habría abuela, ni nada. Lloró y gritó hasta que Jarvis dejó de cantar. Se secó las lágrimas, encendió el coche de nuevo, quitó la música y manejó en silencio. Había tomado una decisión y era sólo de ella, Sebastián no tenía nada que ver con esto. Era su totalmente suya.

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