*Florencia Rodríguez

-¿Qué te parece si mientras esperamos leemos un poco?

– Bueno, pero no algo aburrido.

– “Ja-ja-ja” tengo la historia perfecta, te leo la sinopsis.

– Dale.

Una torre sobria, una joven desmemoriada y el atractivo de una enérgica historia, son la clave de este gran relato. 

Su narrativa es intrigante pero sorprendente. cuenta la historia de cómo una muchacha se despierta en un lugar desconocido, donde está apresada y vigilada por un ser imperceptible y es rescatada por un anciano audaz. En su trama, los misterios, junto con el suspenso, se entrelazan creando una aventura única.  

– ¿Quién es ella? ¿Por qué había sido aprisionada allí?

– Ni ella conoce esa respuesta, todo un misterio.

– ¿Quién era su captor?

– No hay indicios de un otro en aquella torre.

– ¿Por qué no recordaba nada?

– La memoria suele fallar después de sufrir un trauma o vivir emociones desmesuradas.

– ¿Recuperara la memoria?

– Muchas veces la amnesia es cuestión de cortos periodos, pero otras veces, simplemente, no regresa.

– ¿Qué era ese ser que buscaba protegerla?

– Creo que esta pregunta se sale de contexto, no hay que adelantarse a los hechos. ¿También vas a preguntar de quién era la sombra?… ¡Deja de hacer tantas preguntas, no ves que me distraes! Si me permitieras leerte y escucharas atentamente no tendrías tantas dudas.

– Pero siento intriga.

– Aun no pase de la primera página, espera un poco y tus dudas desaparecerán.

– Está bien, te escucho.

– ¿En qué iba? Ah sí, capítulo I “La Torre”.

Como es de conocimiento público, las torres suelen ser altas construcciones usadas como refugios, también se utilizan para guardar herramientas agrícolas, proveer agua a cortas distancias o almacenar semillas, pero fueron creadas con la finalidad de poder avistar en la distancia al enemigo.

Esta torre, sin embargo, no era más que la mismísima inmensidad, donde una joven no encontraba resguardo sino aprensión.

– ¡Ves!, había sido capturada.

– ¡Que esperes te digo!

¿Dónde estoy? ¿Qué hago aquí? Se preguntó Leonora mientras una brisa helada le recorría la espalda.

Temblorosa y asustada pudo ver que se encontraba en una torre muy alta, de la que poco podía divisar.

No tenía idea de cómo había llegado ahí o donde era ese lugar. Si acaso alguien se encontraba allí con ella.

– Una torre no es tan grande como para no saber si había alguien más.

– Quizás tenía varios pisos con recovecos, escucha.

Comenzó a mirar de reojo a su alrededor. Sólo era una torre vieja y en muy malas condiciones. Tenía una escalera precaria por donde bajar, pero la puerta que se encontraba al final de esta estaba cerrada… con candado, quizás. Leonora no podía ver nada entre las hendijas de la puerta, era como si todo comenzara y terminara ahí mismo.

Corriendo subió las escaleras, al escuchar un sonido, pero se dio cuenta que solo era el trinar de un ave que rebotaba entre las circulares paredes. 

Ella anhelaba que alguien acudiera en su ayuda. El terror la invadía, se sentía desprotegida, perdida y sofocada.

– Como para no, imagínate, te despiertas en el medio de la nada y no sabes ni cómo llegaste ahí.

– BASTA.

No podía recordar cómo había llegado a ese lugar, porque había tantos escalones detrás, que no sabía qué tan lejos del suelo estaba.

¿Acaso alguien la había traído en un sueño hasta aquí? Las preguntas se volvían torbellinos en su mente. Las horas pasaban y no había indicios de que alguien viniera a por ella.

Quizás nadie venga, se repetía mientras intentaba ver más allá de esos grandes y frondosos árboles. No podía comprender el cómo, no sabía el porqué.

La angustia crecía conforme el sol se alejaba. “No puedo quedarme aquí”, susurraba, con miedo a levantar la voz, sintiendo pánico por su encierro. 

Entre sollozos se quedó dormida y la tarde se volvió noche, la noche se convirtió en día.

– Pará.. y ¿no comió nada en todo ese tiempo?.

– Qué ansiosa eres.

Con un fuerte sonido su mente despertó, desorientada, algo aturdida, sólo para advertir que aquel calvario no era un sueño que desaparecería con la llegada de la mañana.

Se incorporó, y ya sin fuerzas, comenzó a buscar la forma de poder descender. Necesitaba encontrar una respuesta, necesitaba escapar.

Yo jamás dejé de observarla, no la pude abandonar. Deseaba gritarle que se calmara, que pensara con claridad, pero sabía que era en vano ella no me podía escuchar.

Pensé en qué podría hacer para ayudarla, pero no sabía dónde comenzar. Entonces me volví manto, y cubrí su piel de la fría brisa, invite a la bruma para que depositara humedad en sus dulces labios y recite poesía suavemente junto a las aves para darle algo de compañía.

No podía hacer más, tenía todas las respuestas que ella necesitaba, pero no se las podía dar y mientras la tristeza la invadía, sólo podía reposar en una suave ventolina a su lado para alejar la soledad.

Los minutos que siguieron fueron claves para su desdicha. Una sombra se dibujaba entre los árboles, alguien se acerca grito y su voz se hizo eco entre los muros de esa gran y empinada torre.

– ¿La torre estaba en el borde de un risco?

– No lo sé…creo que no.

La sombra se materializó poco a poco volviéndose carne. Un anciano, que por esos lares caminaba, se convirtió en su auxilio.

Al escuchar el grito desgarrador de ayuda, se puso en alerta y al observar la torre detenidamente, vio que algo se asomaba sobre ella.

Apresuró el paso, pero al llegar, se dio cuenta que la puerta estaba cerrada. Sin pensarlo tomó un tronco puntiagudo con el que pudo romper las cadenas oxidadas que se desarmaban por su deterioro. La puerta no estaba en mejor estado, totalmente raída y mohosa.

Al abrirse la puerta, Leonora que se encontraba empujando la puerta del otro lado, salió rápidamente y al hacerlo se encontró con aquel anciano.

Lo abrazó y entre lágrimas le agradeció haberla rescatado. El anciano sorprendido con aquel suceso solo asintió con la cabeza y le pidió que explicara el porqué de su encierro.

– Adivina qué, anciano, ella no tiene ni idea de porqué está ahí.

– Shhhhhh.

El hombre parecía ser entrado en años, se podía notar por los grandes surcos que se dibujaban en su rostro, su mirada cansada y una pequeña joroba que le asomaba por la espalda. No parecía ser una dificultad para su movilidad, pero no le permitía estar totalmente erguido.

Yo los miraba expectante, quería advertirles sobre lo que se avecinaba, pero nadie podía escucharme.

– Otra vez esa voz…

Siempre estamos ahí, a la expectativa del tiempo, somos parte de todo, pero no pueden vernos. Logran, rara vez, sentir nuestra presencia, pero no más que eso.

Leonora recobró la cordura y con voz titubeante le narró sus horas en aquella torre. No sabía más que él, su pasado le era ajeno, su presente una tortura y su futuro lejano e incierto.

– Pero, niña, ¿cómo nada recuerdas? – dijo el anciano mientras se desprendía la chaqueta para poder dársela.

– No logro entenderlo, no puedo recordar, desperté en este oscuro y espantoso lugar, pero no sé cómo llegué aquí o quien me aprisiono, solo puedo sentir miedo – dijo, mientras las lágrimas brotaban de sus ojos inundando todo su rostro.

– Cálmate, luego nos preocuparemos de lo sucedido. Debemos irnos, dijo el anciano, y mientras acomodaba su pipa, le indicaba un sendero que se perdía tras los frondosos árboles, los cuales antes fueron aquel muro que no la dejaban ver más allá de ellos.

La mañana comenzó a avanzar y conforme pasaban las horas, ninguno pudo notar que algo los acechaba.

– ¿Ella sigue sin comer? Se va a desmayar.

– Quizás la voz la mantiene hidratada.

– Si claro, mojando sus labios con una suave no sé qué…

Intenté alejar el mal, pero fracasé como tantas otras veces. Puedo hacer muchas cosas, pero mi magia es algo limitada debido a que no siempre he cumplido muy bien las reglas. Dicen que me involucro demasiado y que muchas veces olvido lo que soy o cuál es mi propósito.

Un ruido los puso en alerta, sonaba como si una campana fuera cayendo con fuerza mientras su martillo bailaba desenfrenado dentro de ella rebotando contra las gruesas paredes de bronce que lo rodeaban. Todo se oscureció de pronto y el sendero comenzó a desvanecerse. 

El anciano miró sobre su hombro mientras Leonora caía al tropezar con una raíz de un viejo árbol. El miedo los alcanzó y de la maleza apareció…

¡¡Pip – pip!! (bocina)

– Es nuestro taxi, vamos.

– Pero qué pasó con Leonora y el hombre.

– No lo sé, lo seguiremos más tarde.

– ¡¡No puedes dejarme así, no es justo!!

 

Florencia Rodriguez (1988) es oriunda de Concepción del Uruguay, Entre Ríos, Argentina. Es una escritora amateur, con amor por la escritura y el mundo de los libros.

Pertenece a un modesto taller de escritura creativa “Luna de Papel”, quien presento este año su primera antología.

Ejerce de manera remota la docencia (profesora en psicología). A sus 33 años ha tomado la decisión de incursionar en la rama del arte literario y perfeccionar sus saberes.

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