Compartimos el cuento que da titulo a nuestro primer proyecto editorial a publicarse en mayo.

Estamos en preventa. 250 pesos e incluye la novela corta “Un lugar en el Apocalipsis” de Jorge Tadeo, que solo se podrá conseguir en esta preventa.

A mediados de los ‘90s, en mi último año de preparatoria trabajaba en una tienda de discos. La más grande de mi ciudad. Tenía dos pisos y podías encontrar lo que buscaras, desde vinilos, cassette, el incipiente CD que desbancó a los otros dos formatos, libros especializados, fanzines. Era la tienda mejor surtida. No pertenecía a ninguna franquicia, era la locura de dos amantes de la música que invirtieron en ella algunos años atrás.

Eran los últimos años de bonanza para la música en físico. Los vinilos, los cassette, las tiendas y todo lo que significaban para los melómanos y para quienes nos iniciábamos en la búsqueda de la música que nos dijera algo. Parece que en estos años están de regreso, pero no, no volverán. Se puede consumir el vinil, el cassette, pero ahora todo se compra en línea, en tiendas virtuales por internet. Son pocos los espacios físicos donde aún puedes ir, pedir recomendaciones, explorar entre los discos hasta que termines llevándote uno solo porque te atrapó la portada sin antes buscarlo en alguno streaming de música para saber si te va a gustar. Extraño las tiendas, la convivencia que se daba en ellas. Esa que se daba entre los empleados, los clientes habituales y la armonía de estar en un espacio que nos unía.

Mi horario era por la tarde. Salía de mi casa rumbo a la escuela a las seis de la mañana y no regresaba hasta las diez de la noche una vez que terminaba mi turno y cerrábamos la tienda. Incluso mi día de descanso pasaba a ver a mis compañeras, a escuchar música, solo a estar y pasar el rato. Para mí era preferible eso a estar con mi familia donde no me sentía cómodo, donde sentía que mi presencia incomodaba. Fue por eso por lo que cuando llegué a ese trabajo, donde compartía con frikis iguales a mí, encontré mi lugar, el espacio donde quería estar.

En mi turno éramos cuatro personas. Tres empleados de piso. Guillermo, un metalero con el cabello hasta la cintura, un año mayor que yo, es decir él ya podía comprar cerveza sin problemas. No estudiaba y pasaba las mañanas tocando su guitarra. Los fines de semana ensayaba con su banda. Con él podía hablar de literatura y cine de terror, tenía un bagaje bastante amplio.

La otra persona era Tamara. De padres migrantes españoles, no tenía necesidad económica de trabajar lo hacía porque le gustaba estar ahí, pasar el día en la tienda. Era de mi edad y estaba por terminar la preparatoria. Estudiaba en una de las escuelas más caras de la ciudad, donde se sentía incómoda, rara, no encajaba. Por eso la tienda la venía muy bien. Nadie conocía tanto de música alternativa como ella. Sospechaba que muchos de los discos que nos llegaban ella los conocía desde antes. Ella me presentó a Sonic Youth, Meat Puppets, L7, antes de que se volvieran famosos en la ciudad donde vivía.

Después estaba yo. El que tenía menos tiempo trabajando, el friki amante de los comics, las películas de terror, de Henry Rollins y Daniel Johnston. Y por último el gerente nocturno, el que controlaba todo lo que hacíamos. Era algo mayor que nosotros, pero tampoco tan viejo. Universitario que estudiaba no si contabilidad o administración de empresas, algo por el estilo. Era de toda la confianza del dueño y se comportaba con nosotros como si la tienda fuera suya. Nos decía que música podíamos o debíamos poner para no espantar a los clientes.

De entrada, Guillermo se llevaba buenos regaños cada que ponía a sonar a Cathedral o Paradise Lost. Lo mismo hacía en las torres donde se ponían las novedades para que los clientes los escucharan (Para las nuevas generaciones, quizá habría que explicar que eran esas torres, jajaja). Él decidía que era lo que se programaría. Con la caja registradora era similar, aunque nos turnábamos para manejarla él siempre estaba al pendiente, era muy difícil robarnos algo o que nos robaran algo. Sabía hacer su trabajo y vigilar que nosotros hiciéramos el nuestro.

Era un tipo que media más de 1.80, pesaba menos de setenta kilos y siempre vestía de trajes hechos a medida. Podría jurar que solo trabajaba para eso, para mandarse hacer esos trajes de corte italiano que usaba. Su cabello era de un largo parejo debajo de la barba y gafas redondas. Todo él era una copia de Jarvis Cocker. Incluso tenía ese aire de profesor universitario de filosofía. Un cliché como el vocalista de Pulp lo puede parecer. Comenzamos a llamarlo Jarvis, además que teníamos la consigna, algo así como una especie de “inside joke” de poner cualquier canción del disco “Different Class” en cuanto llegábamos al trabajo.

Aunque tenía una oficina pasaba poco tiempo en ella, le gustaba pasearse por la tienda, revisar que todo estuviera limpio y en orden, que la música se mantuviera acomodada por género y en orden alfabético. (se podría hacer mención a ciertos neuroticismos, a cierta frialdad con clientes y situaciones cotidianas, pequeños detalles que hagan un marco más sólido para el desenlace) No hablaba con los clientes, pero estaba al pendiente de que los atendiéramos, que estuviéramos atentos a ellos.

Nos soportaba como empleados porque no dábamos mayor problema y nosotros le dábamos el respeto que se merecía como nuestro jefe. Manteníamos la distancia incluso fuera del trabajo. Yo lo vi en un par de conciertos y lo saludé respetuosamente. Desde lejos. No hubo mayor interacción. Entre nosotros nos íbamos a veces de fiesta juntos. Tamara siempre lograba colarse a cualquier lugar que quisiera. Guillermo nos conseguía alcohol sin problema. La pasábamos bien. Nos teníamos cariño, éramos como hermanos, al menos así me sentía con ellos.

Fue Tamara quien nos platicó que Jarvis iba todos los días en la mañana a un café que estaba frente a su escuela. Nos dijo que una vez lo saludó y él la ignoró -es un pendejo- nos dijo para terminar la plática.

Había algo en Jarvis que llamaba la atención. Tal vez porque a simple vista eran tan inofensivo que sin querer te daban ganas de golpearlo, humillarlo, una sensación que se desvanecía en cuanto hablabas con él. Su seguridad, su forma de ir tomando el control dejaba claro que estabas equivocado con respecto a él. Infundía respeto, miedo, así lo sentíamos nosotros cuando él rondaba por los pasillos de la tienda.

La época navideña es la mejor temporada para el consumo. Nada dice mejor “te amo” que un regalo que haya costado dinero. La tienda no era la excepción, así que cada temporada navideña se contrataba a otra persona para que nos ayudara. Este año llegó Sarah, “con H” nos dijo cuando el dueño nos la presentó. Tendría como mucho veinte años, no medía más de un metro sesenta, con su cabello lacio, largo, negro azabache y su piel morena. Cada parte de su cuerpo decía “soy indígena y estoy orgullosa”.

Sarah sabía mucho de música, le encantaba PJ Harvey, la Polly decía ella, eran fan de las cantantes femeninas y su versatilidad la llevaban de las Bikini Kills a la cumbia del Tropicalísimo Apache sin problema. Esas semanas con ella en la tienda fue cuando más cumbia escuche. Verla bailar era otra cosa, te llevaba a otro mundo mucho mejor que este. Ni Jarvis y sus exigencias podían con la energía de ella, nos ponía a volar a todos, trabajadores y clientes por igual.

Fueron pocas semanas las que trabajó con nosotras, pero de inmediato se adaptó a convivir con tres inadaptadas que no tenían ni idea de nada. Éramos unas frikis incapaces de socializar, ella por el contrario podía venderle un disco de Pantera al más vaquero de nuestros clientes. Tenía un don de gente como pocas veces he visto. No solo ponía nervioso a Jarvis, lo hacía con todas en la tienda. Esa forma de moverse por el lugar como si fuera su casa, ella mandaba en esos días, era su espacio y las demás estábamos a su servicio.

Uno de mis recuerdos que más atesoro, ocurrió unos días antes de noche buena. Al salir del trabajo Sarah me dijo que quería acompañarme a casa. Caminamos las diez cuadras de la tienda a mi casa. Recuerdo que me hizo muchas preguntas sobre mis hermanos, mi madre, sobre . Yo solo alcancé a preguntarle si aún vivía con sus padres y si estudiaba. “Eso nunca lo sabrás flaco” me dijo mientras tocaba mi nariz con su dedo.

A la distancia puede parecer una estupidez, pero para mí en ese momento específico de mi vida fue el mayor gesto de amor que había recibido. Le grabé un mixtape para regalarle por navidad. No tuve el valor de dárselo. Aun lo tengo entre mi colección. Un cassette que solo dice mixtape, sin nada más que lo evidencie como un regalo de amor. Un recorrido desde R.E.M., hasta Alanis Morrissette, pasando por Jovanotti, Air, Bruce Springsteen, Aretha Franklin y algunos otros. Una idea adolescente de lo que significa amor.

Después de navidad Sarah no regresó. No supimos qué pasó, asumimos que había renunciado a pesar de que la veíamos contenta. En esos años la búsqueda de personas desaparecidas era mucho peor que ahora. Casi nula. Su familia no fue a la tienda a preguntar por ella y para nosotras simplemente renunció. A pesar de que nos encariñamos con ella pronto pasó a ser solo un recuerdo. Un feliz recuerdo.

Con los meses Jarvis también se fue. No supimos por qué. Un día llegó el dueño entrevistó a Guillermo y así pasó a ser nuestro gerente. La tienda se volvió nuestra por unos meses. Yo me fui después del verano, mi último semestre como estudiante de preparatoria. Al entrar a la universidad mi abuelo me llevó a su despacho de contabilidad a trabajar con él. Sería su sucesor me gustara o no. Lo acepté estoicamente como todo lo que pasaba en mi familia. Después se fue Tamara como un presagio de lo que se venía.

La tienda comenzó una crisis económica previa a la que sufrieron todas las tiendas similares. La digitalización, la popularización de los MP3 a finales de siglo mató la industria de la venta de música en físico. Ese mismo año antes de las fiestas decembrinas la tienda cerró para siempre. Nunca más nos volvimos a ver, ni Tamara, ni Guillermo, mucho menos Jarvis. Todos desaparecieron cuando la tienda cerró sus puertas.

Hace diez años que esto pasó. Los vinilos y los cassette se han puesto de moda, me dicen que la colección que fui armando por años ahora vale una fortuna. No me interesa, para mí son más que una colección. Son parte de mí, de un pasado que se quedó muy atrás ahora que soy un adulto funcional.

Ya no hay nada (al menos al exterior) de aquel friki sin amigos que encontraba en la música, en los libros y en los comics el refugio ideal para su infierno personal. Sigo siendo un friki, pero también una persona funcional. Es lo que te hace el mundo. O entras a la máquina o terminas matándote o matando a alguien más. Yo elegí tomar la píldora azul.

Hoy vi a Sarah. Su foto apareció en la pantalla de mi televisor. Su cara morena, su cabello negro azabache, lacio. En un primer momento no supe qué pasaba. No entendía lo que el presentador de la noticia decía. Las palabras: asesinada, desaparecida, asesino serial, no me decía nada. No en ese momento.

El locutor pasa la foto de Sarah junto a las de otras mujeres y una foto de él. Con su cara extremadamente delgada, sus gafas, su traje corte italiano, solo que ahora tiene la barba medio crecida. Él y Jarvis han envejecido a la par. Siguen siendo iguales. Continúan viéndose igual. En la pantalla parece que acaba de salir de un concierto, pero no, quien está ahí parado junto a la policía es nuestro Jarvis.

El reportero dice que en el patio de la casa del señor Andrés Verdugo (ese nombre no me dice nada, no es el de la imagen) han encontrado los restos de al menos doce mujeres. La que tenía más tiempo data de mil novecientos noventa y cuatro. La más reciente es de hace dos meses. En una de las habitaciones han encontrado videos e imágenes de cada una de las mujeres. Están en carpetas ordenadas por mes y año. En un diario el señor Verdugo llevaba una descripción detallada de porqué lo hizo. Él no ha dado ninguna declaración, pero un psicólogo invitado al noticiero dice que por lo que ha visto en estas horas desde que lo descubrieron puede ser un caso de esquizofrenia con trastorno de personalidad múltiple. (Habrá que confirmar si se compaginan estos rasgos con la psicopatía. El narcisismo, la egolatría, inteligencia y carisma suelen estar presentes)

Mi esposa espantada me pide que cambie de canal. Lo hago. Cambio a cualquier canal. Lo dejo donde transmiten Empire Records. Los empleados se reúnen para el sepelio ficticio de Debra -Robin Tunney- me sirvo una copa de vino, cierro los ojos y en mi mente veo a Sarah bailar al ritmo de chapotea de Los Comando del Oeste.

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