Judith Sandoval
profesora, estudiante de maestría, critica del feminismo desde el feminismo, amante de los dinosaurios.

Muchas mujeres hemos llegado a una etapa de nuestra vida en la que nos hemos acercado al feminismo en momentos en los que sentimos que el sistema nos absorbe. Hemos aprendido sobre el sistema patriarcal, el capitalismo voraz que consume el cuerpo y trabajo de las mujeres. Mismos sistemas que nos exigen el rol de cuidar, el rol de repositorio de afectos en el que quien lo pida podrá encontrar palabras dulces y nobles. Un gran numero de estas mujeres que en algún momento encontramos una trinchera desde la cual expresarnos y arroparnos entendimos y entendemos que las formas en el que el sistema ha tratado los derechos de las mujeres ha sido la más ruin. Entre quienes nos hemos ido encontrando y nos hemos abrazado en una lucha que no sólo es en las calles, llevamos una consigna que es, por lo menos desde quien escribe, la de cuidarnos entre nosotras y abogar contra la opresión y violencia hacia nosotras, creyendo en un principio en un concepto bastante degradado: la sororidad. Un concepto ya bastante gastado que sólo ha servido para nombrar la complicidad que existe entre mujeres que violentan mujeres. Un concepto que se ha usado en innumerables ocasiones para llamar a la no señalización de las violencias en los discursos, que se ha utilizado, incluso para violentar y juzgar bajo una capa de dudosa moral a quienes elegimos alejarnos del camino sororo y decidimos el camino de la zorroridad.

Sin embargo, el feminismo o, mejor dicho, algunas feministas también han encontrado una trinchera desde la cual escupir el odio acumulado durante años, pero no sólo en contra del sistema que nos ha doblegado durante mucho tiempo, sino en contra de las mujeres que no comulguen con sus ideas. A modo de broma o no, se habla de un carnet feminista que sólo pueden portar aquellas mujeres “biológicas”; aquellas que no maternan o es su defecto, aquellas que no maternan varones, aquellas que están en contra del trabajo sexual, quienes deciden relacionarse sólo con mujeres en todos los ámbitos de su vida.

El feminismo se ha vuelto una guerra entre quienes, usando la bandera de defender los derechos de las mujeres, terminan pisoteándolos al omitir la diversidad entre sus filas. Haciendo un análisis superficial, el feminismo y sus feministas han dejado de lado la base de su lucha y se han posicionado en un solo objetivo: odiar el pene y a todas personas que lo porten sin importar su identidad. De esta forma se ha condenado a la exclusión de los espacios “feministas” a las mujeres trans bajo un discurso lleno de odio a un nivel fascista, utilizando argumentos desde una biología mal entendida para articular sus ataques a la comunidad trans, tal como alguna vez lo hicieron algunos de los genocidas más violentos de la historia con las minorías que pretendían exterminar.

No obstante, las mujeres trans siguen resistiendo y existiendo desde las diferentes trincheras y en medio del abrazo de quienes en nuestra lucha diaria procuramos, no luchar por ellas, sino una lucha en conjunto por un mañana para las infancias que, en algún momento de su vida, decidirán sobre su identidad. Acompañar la lucha de las mujeres trans es la mejor manera de garantizar para las infancias un futuro en el que sus decisiones no sean motivo de ataques, odio y exclusión de espacios, que supone, deberían ser seguros.

Es preocupante, desde la visión de quienes maternamos, criamos y cuidamos, el panorama desolador en cuanto al respeto hacia la identidad y decisión de nuestros hijas, hijos e hijes, el cómo sus palabras y acciones se van replicando y su odio e intolerancia poco a poco se esparce en muchos otros espacios. Nuestra preocupación va de la mano con una lucha por un mañana en el que nuestrxs hijes sean libres de decidir.

Por otro lado, pero del mismo radical/odiante, existe un juicio de moral y la señalización, mismo del que son objeto las trabajadoras sexuales por parte de quienes deciden que no es un trabajo digno, argumentando que es un trabajo que sólo satisface el placer de los hombres y los hombres son la base de todo el sistema patriarcal que rige al capitalismo. Si, suena demasiado absurdo. Se han olvidado de que el sistema capitalista toma cualquier cuerpo que pueda ser explotado para el beneficio sólo de unos cuantos, hombres y mujeres que se encuentran en las cúpulas del poder. Su lucha por abolir el trabajo sexual, parte de una premisa que no han comprendido en su totalidad. No es lo mismo trata de personas que el trabajo sexual.

Hablar del trabajo sexual como una decisión desesperada frente a la precarización, sin tomar en cuenta dentro de sus estándares de explotación, de quienes juzgan con sus gafas violetas, los trabajos en los que las mujeres no nos quitamos la ropa, pero se nos va la vida obedeciendo ordenes dictadas con la voz de un sistema patriarcal y capitalista por más de ocho hora diarias y todo por un sueldo miserable, no es más que hablar desde una superioridad moral en la que no importa que tan cansado esté nuestro cuerpo, sino qué hicimos con él. No importa que día a día vendamos nuestra fuerza de trabajo física, emocional, psicológica, mientras lo hagamos con los calzones puestos las feministas radicales y abolicionistas no se compadecerán al mirarnos desde los ojos de la condescendencia y la lástima. Hablar de abolir el trabajo sexual, es hacerlo desde un puesto de privilegio en el que siempre sale a relucir un “yo no tengo necesidad, pobrecitas ellas (las trabajadoras sexuales) que tienen que sufrir y además, desde la incredulidad. ¿De verdad no cabe en el imaginario feminista que una mujer disfrute del trabajo sexual y no sólo lo haga por una ganancia monetaria? ¿Dónde quedó ese grito de lucha “mi cuerpo, mi decisión”?

El feminismo radical, tal como lo ha hecho el fascismo y el patriarcado, han llegado a oprimir los derechos y libertades de las mujeres otorgando el permiso de ser libres solo a aquellas que no se salgan de los estándares de lo que una mujer feminista debe ser.

Dejar de romantizar el feminismo y quitarnos las mismas gafas violetas que nos han cegado al punto de que se nos pida ser cómplices de las violencias es lo mejor que como feministas se puede hacer. ¿Realmente el feminismo y las feministas quieres seguir por el camino del odio y la segregación de las minorías? ¿Realmente el feminismo seguirá construyendo sobre los privilegios de unas cuantas y señalando a las abajo? ¿Seguirá el feminismo reproduciéndose bajo los mismos lineamientos del sistema patriarcal?  Y antes de que vengan y digan “pero no todos los feminismos”, tengo claro que no todos los feminismos y no todas las feministas, sin embargo, el movimiento feminista radical ha ganado tanto auge en estos últimos meses, que ha sido difícil poder pasar de largo frente a su postura fascista y llena de recovecos que más que ser una lucha ha determinado una guerra entre lo que debería ser un feminismo incluyente y un  feminismo odiante/excluyente, que es en lo que las radicales lo han transformado.

Como mujeres nos queda seguir construyendo trincheras tolerantes e incluyentes, en las que las minorías y las infancias, sin distinción de sexo e identidad, encuentren un espacio de aprendizaje y desarrollo para transformar su futuro.

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