*Judith Sandoval

“Un mundo donde quepan muchos mundos”, es una idea que muchas personas adoptamos como un estandarte con el que hemos caminado, entendiendo esto, en lo personal, como una puerta en la que entran diferentes luchas, contextos, sentires. Esto ha significado el construir colectivamente espacios donde vamos encontrándonos para compartir desde la empatía por el otro, la otra. Sin embargo, al paso del tiempo la noción de lo que es el respeto y la empatía a las diferentes formas de resistir se ha ido perdiendo, se ha transformado en un mundo en el que quepan muchos mundos siempre y cuando este sea igual al mundo que vamos construyendo desde la individualidad.

Las discusiones desgastantes en las redes sociales en las que se busca definir quien es más o menos activista, quien es más o menos oprimido desde un privilegio que va cegando a quienes buscan la aprobación “revolucionaria” e invisibilizando las luchas de los grupos “minoritarios” que en el día a día, en su realidad y contextos son blancos fáciles de un sistema que poco a poco va logrando segregar las luchas, han ido ganando terreno.

Ese mundo con el que hemos soñado en colectividad se va perdiendo entre las fauces de una individualización de la vida. La falta de empatía ha sido una constante entre los grupos que se podría pensar hay afinidad de sentires, dolores, ideas. Hoy, es normal encontrar discursos de odio, burlas, señalamientos contra quienes no comulguen con algún pensamiento.

Las redes sociales se han vuelto un espacio en el que volcamos nuestras vivencias, emociones, pensamientos. También se ha vuelto un espacio en el que cualquiera se siente con el derecho de cuestionar y juzgar desde una superioridad moral que nada tiene que ver con la empatía y el respeto por las otras personas. Un ejemplo de ello es el tema de la maternidad. La lucha constante de ver quien ha sido más oprimida, las que han decidido parir y/o maternar, o quienes han decidido alejarse de este “rol impuesto”. Se ha hablado de un mundo en el que las mujeres seamos quienes llevemos el mando, pero para entrar en esta arca se han impuesto algunas reglas: no maternar, no parir y muchos menos si es un varón, no acompañarse en la vida de un hombre, no tener algo colgando entre las piernas, repetir discursos de odio en los que se condene a la hoguera a las mujeres que deciden ser felices desde su propia perspectiva de la felicidad.

Hablar desde los privilegios propios para dar a conocer los saberes obtenidos, el camino andado, las luchas libradas, las resistencias cotidianas, omitiendo la diversidad de historias que se suscitan en los diferentes tiempos y contextos deja entrever que si no se tiene una historia en la que figure un pasado o antepasado que marque un camino “revolucionario” no cuentan. Se pierde la empatía y el respeto por las formas de resistencia. La historia de una madre que día a día espera bajo la lluvia el transporte público con sus hijos en brazos, o la madre que trabaja una jornada completa como trabajadora doméstica en algún lugar donde para tener oportunidades de “crecimiento” hay que dejar todo para llegar a donde no se tiene nada, y donde ambas no tuvieron la oportunidad de enterarse y preocuparse sobre las problemáticas sociales, sino más bien ocuparse de la problemática del hogar; carece de importancia frente a las historias de padres y madres que dedicaron su juventud a participar de las cuestiones sociales.

Dentro de este mundo que se ha pretendido construir en el que quepan muchos mundos, ha faltado que se entienda y respete la diversidad. Se ha excluido a lxs neurodivergentes, a lxs putxs, a lxs niñxs, a lxs ancianxs, a las personas trans, a quienes deciden no definirse dentro del binarismo de género, a las mujeres que no parirán por decisión propia, a las que ha parido por deseo o porque no le quedó opción, a las que no han podido parir ni maternar, a las que han parido pero no maternan, a los hombres que buscan modificar su pensamiento y acciones machistas, a los hombres que crían y se les reconoce entre la mayoría que decide no hacerlo.

Ha faltado empatía para expresarse, se ha partido de una apatía confundida con la empatía en la que no importa la vulnerabilidad de las otras personas, sino solamente soltar la verborrea en la que la superioridad sale a flote. No se trata de ponerse en los zapatos de la otra persona, porque eso sería apropiarnos de su camino y sus pasos, sino de respetar las veredas que ha decido tomar en su vida para llegar hasta donde se encuentre, aun cuando esas decisiones están influenciadas por un sistema basado en la desigualdad.

Es (im)posible construir un mundo en el que quepan muchos mundos si vamos buscando universos idénticos al nuestro.

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