Por Judith Sandoval*

Jamás puede ir el uno sin la otra. El uno es lo que nos hace palpitar cada célula y la otra es la que hace esas palpitaciones irredentas y libres. O quizá sea la otra la que nos palpite el corazón y a veces la vulva y el uno lo que convierta esas palpitaciones en libertad. ¿En realidad qué podría saber yo, una simple mortal que ha decidido entregarse a sentir, vivir, hacer el amor anárquicamente?

Sólo soy un corazón, unas piernas, unos brazos, una vulva palpitando y sintiendo las caricias trasnochadas, los abrazos húmedos, los besos con ese sabor a cerveza, mezcal y/o vino, asegún, que desinhiben los miedos para recorrer territorios jamás explorados, territorios ajenos que se comparten por una o muchas o todas las noches. Manos que surcan cómo los de aquel y aquella campesina que surcan la tierra para sembrar y cosechar frutos.

Así, mis manos y sus manos se van surcando entre nuestrxs cuerpxs para florecer en orgasmos y sembrar la semilla de la anarquía y la libertad en cada palmo de la piel. Repito, quien soy para para hablar del amor y la anarquía, de caricias irredentas, de besos libres, de manos surcadoras, de orgasmos libres y compartidos? Sólo soy una simple mortal.

*Escritora de cuentos que nunca nadie leerá.

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